Universidad de Alabama
Transcripción: Miriam Rivera-Hokanson
Angel Fco. Briones-Barco
Grabación: Adria Garry
Ana María Rodas (1937-) es una de las escritoras guatemaltecas cuyos escritos y poemas fueron infravalorados y silenciados durante bastante tiempo por la crítica, por diversas razones, principalmente las que se relacionan con los prejuicios de tipo sexual. Pero, con el tiempo, sus libros de poemas -Poemas de la izquierda erótica (1973), Cuatro esquinas del juego de una muñeca (1975), El fin de los mitos y los sueños (1984), La insurrección de Mariana (1993), y Recuento (1998)-, y el libro de relatos -Mariana en la tigrera (1996)- se han consolidado dentro del registro de la literatura feminista centroamericana de finales del siglo XX. La siguiente transcripción es parte de una larga conversación que durante el mes de julio del 2002 la poeta y crítica académica Aida Toledo mantuvo con Ana María Rodas. Lo que comienza como una entrevista sobre la producción literaria de Rodas, poco a poco se convierte en un diálogo en el que la cuestión del feminismo literario en Centroamérica y la aseveración e identidad como mujer guatemalteca palpita con una arrebatadora profundidad.
Aida Toledo: Ana María, en esta oportunidad yo deseo hacerte algunas preguntas acerca de diferentes aspectos, pero uno de ellos que me interesa a mí principalmente es que tú nos cuentes un poco acerca de tu escritura. Porque yo quisiera hablar más sobre tu escritura y la relación que tiene con tus cosas, con tu vida cotidiana, con tu trabajo, ese tipo de aspectos, por ejemplo. Tú eres bastante conocida actualmente por el libro Poemas de la Izquierda erótica, y el libro se publicó en 1973. Por qué no nos cuentas un poquito cómo fue el proceso de escritura y qué pasó en el momento de la publicación y todo eso que me parece super interesante?
Ana María Rodas: Bueno, el proceso de escritura, como yo lo recuerdo ahora..., y el recuerdo puede traicionar, pero así es como lo recuerdo, no tengo otro remedio... Yo estaba casada en aquella época con Arnoldo Ramírez Amaya, un hombre sumamente talentoso, y que además estaba muy implicado en el pensamiento revolucionario que corría por la época. Pero este hombre talentoso, joven, revolucionario, tenía exactamente los mismos defectos que tenían el resto de los hombres, que no eran ni talentosos, ni revolucionarios, ni jóvenes. Y entonces, dentro de la relación nuestra empezaron a suceder ciertas cosas que a mí me molestaron profundamente. Y yo no tenía la más mínima intención de escribir poesía, nunca tuve la más mínima intención de escribir poesía. Sin embargo, cuando empecé a quejarme, porque era una queja inicial digamos que esto era, de las cosas que a mí, me parecían detestables en aquella relación, empecé a escribir poesía. Yo ya había escrito cuentos muy malos, y ni siquiera pensaba en la posibilidad de escribir poesía, entonces, eso apareció. Me sorprendió mucho. Por esa época yo tenía amigos que escribían: Quique Noriega, Luis Eduardo Rivera..., todavía no había conocido a Dante Liano, pero faltaba poquísimo para que lo conociera. Conocí a Luis de Lión, a Mario Roberto Morales, al Bolo Flores, Pepe Mejía, Luis Alfredo Arango, y no todos eran poetas, evidentemente. Y hablábamos mucho, con las distintas lecturas que teníamos cada uno de literatura. Y hablábamos de literatura; cuando nos reuníamos, de eso era de lo que hablábamos. Hay una gran diferencia entre lo que hacíamos nosotros en aquella época, que era a finales de los años sesenta, y lo que hacen los jóvenes en la actualidad, tengo entendido. A lo mejor me equivoco, pero yo tengo la impresión que los muchachos en la actualidad hablan de su propia obra. Nosotros hablábamos de la obra de los demás. Creo que eso era importante y que eso nos otorgaba una mayor seriedad, porque la relación nuestra con la literatura era muy seria, y sigue siendo seria; pero no estábamos en la literatura para darnos aire el uno al otro, sino que nuestras conversaciones siempre giraban alrededor de movimientos literarios, escritores específicos, que era lo que estaban haciendo los latinoamericanos en ese tiempo, qué habían hecho los norteamericanos, en fin, esas cosas eran las que hablábamos nosotros. Y por supuesto, y yo era amiga de ellos, y tenía toda la intención de escribir narrativa. Entonces en aquel momento yo recuerdo bien que mis primeros cuentos, algunos de los cuales fueron rescatables años más tarde, a quien se los enseñé fue a Pepe Mejía, porque Pepe Mejía y yo teníamos una relación diferente, en el sentido que Pepe leía francés, o yo leía francés, y teníamos algunas lecturas que los otros no tenían todavía. Entonces yo lo veía en aquel momento a él, mucho más serio que al resto,no sé si es más viejo; pero en todo caso, yo lo veía más serio; y le enseñe mis cuentos y me hizo algunas anotaciones y me di cuenta que él tenía toda la razón, verdad, que estaban muy mal, y había uno que se salvaba y nunca lo he publicado, ni lo voy a publicar, porque se salvaba en aquel momento pero no se salva ahora. Entonces justamente la amistad muy estrecha entre Arnoldo y el Bolo Flores, llevó a problemas muy serios en el matrimonio con Arnoldo, y con la cólera que tiene una mujer a la que engañan, a la que maltratan, no físicamente, afortunadamente, pero el hecho del engaño es un maltrato y es terrible, entonces así empezaron a surgir los primeros Poemas de la Izquierda Erótica. Yo creo que fue una toma de conciencia, fue una especie de síntesis de lo que había sucedido antes a lo largo de mi vida. Hasta los cinco años, yo tenía oportunidad de jugar cerca de la casa con niñas y niños, pero cuando nos pasamos a la casa de la 13 calle A, ahí sólo había niños en el callejón, y entonces me tocó salir a jugar con los niños, pegarme con ellos para que me dejaran jugar con ellos, porque era la única forma en que logré unir al grupo de los patojos. Y entonces me di cuenta que las mujeres y los hombres éramos diferentes, pero no me estaba dando cuenta de las diferencias normales, comunes y diferentes de la naturaleza, sino que estaba dándome cuenta de las diferencias que la cultura se había marcado y que ha marcado. Después me fui a trabajar a los doce años a un periódico. Como era tan joven y también como los periodistas son bastante más acogedores en un sentido profesional, me acogieron muy rápidamente, y pensaban en mí como una periodista más, entonces tenían toda la libertad para hablar sobre las mujeres enfrente de mí, cuando yo tenía doce años; entonces yo me di cuenta de la diferencia que había entre la madre, la santa madre, la esposa, la novia, y las mujeres que pasaban por la calle. Las mujeres comunes y corrientes eran culitos y no importaban, estaban allí como en un terreno de caza para los hombres, pero cuando tú ya eras la novia de uno de ellos, entonces ya no se podía referir a ella en uno de esos términos, ya era otro estatus; la esposa, no te lo quiero decir, y la madre, santa madre arrugada allí en una campana de cristal. Entonces, todos esos conocimientos los fui haciendo yo a lo largo de mi vida, pero por ahí, poco antes de los treinta años o algo así, fue cuando me di cuenta que no importaba cuán inteligente, cuán talentoso, cuán revolucionario, etcétera, pudiera ser un hombre, de todas formas era machista y trataba mal a su mujer y se sentía con el derecho de quemarle el rancho como decimos nosotros.
AT : O de decirle lo que tenía que hacer.
AMR: Oh, mas no, él no me decía a mí lo que tenía que hacer, pero tenía él esa libertad que indudablemente las mujeres no teníamos. Entonces el matrimonio empezó a hacer aguas y surgió La izquierda erótica.
AT: Pero también fue como el momentito en que uno toma absoluta conciencia de algo que se ha venido gestando a lo largo de la vida y la observación casi de la conducta también masculina y femenina.
AMR: Masculina y femenina.
AT : Pero muy masculina porque uno siendo del sexo puede observar del otro sexo con mayor rigurosidad.
AMR: Con mayor rigurosidad, sí. Y hay una cosa que sí tengo yo que decir, y es que mi amistad con los pintores... Vos sabes que mi papá además de ganarse la vida como periodista, era pintor; entonces yo conocí pintores desde que nací, básicamente. Y por ahí por los veinte, veinticinco años una cosa así, establecí una relación muy hermosa con Efraín Recinos, con Danny Schaffer, con Güicho Díaz, bueno, con una serie de pintores guatemaltecos. Y me di cuenta que cada unos de ellos tenía su propio idioma, su propia forma de expresarse. Vos ves un cuadro de Recinos, y podés decir, este es de Recinos, no te confundís y decís que es de Güicho Díaz. Entonces yo tenía esa certeza, tenía la certeza de que si uno quería decir algo, tenía que decirlo con su propia voz, eso sí lo tenía yo muy consciente.
AT: Y ese libro de la izquierda erótica digamos, de cuánto tiempo más o menos es esa escritura? En cúanto tiempo juntaste los textos y armaste el libro? Cómo fue el proceso?
AMR: Vamos a ver, tengo que recordar. Yo diría que fue un proceso como de unos dos o tres años.
AT: Entre escritura y armado del libro?
AMR: Entre escritura y armado del libro. Que tengo que reconocer indudablemente que Arnoldo me ayudó cuando ya estábamos separados, y todo, me ayudó con el diseño del libro.
AT: Porque los dibujos son de él.
AMR: Ah, los dibujos son de él.
AT: Y la portada.
AMR: Sí, la portada es de él. El libro, él lo diseño y todo lo demás, y él, recuerdo que diseño y pintó unos grandes cuadros que estaban en el restaurante de Vitorio cuando se presentó el libro.
AT: Y cómo fue la presentación del libro?
AMR: Ah, fue divertidísima, porque ese día cayeron unos aguaceros espantosos. Uno de los asistentes, incluso, estaba muy disgustado conmigo porque se le arruinó el carro, se le entró el agua en el motor y todo lo demás. Los manteles del restaurante no alcanzaron para que la gente se secara; los hombres estaban en la calle con los pantalones remangados cargando a las mujeres para entrarlas. Después, yo recuerdo, a las siete en punto entramos mis hijas y yo al restaurante, secas, perfectas y todo lo demás, acompañadas de unos amigos franceses que estaban viviendo en mi casa en ese tiempo; y a las siete y cinco, empezó a llover, y no sé hasta qué hora llovió. Sin embargo, aquello se llenó. Vendí el libro esa misma noche, incluso a mi familia se lo vendí... Algunos de mis amigos escritores me dijeron que eso era una barbaridad, que estaba cosificando el libro, y yo le contesté que si los pintores no regalaban sus cuadros, yo no veía porque los escritores tenían que regalar sus libros.
AT: Y es razonable eso?
AMR: Ya lo creo.
AT: Quiénes presentaron el libro en esa ocasión? Quiénes comentaron el libro?
AMR: La presentación la hizo Tasso Hadjidodou. Él fue quien me presentó el libro, y el libro lo comentaron... Realmente, el único que hizo un comentario fue Roberto Paz y Paz, pero los periódicos, sí publicaron el aparecimiento del libro como una noticia. Y como te decía, los periodistas suelen ser bastante más generosos con sus colegas mujeres. Al fin y al cabo, tan mal ganamos los periodistas hombres como los periodistas mujeres; en ese sentido estamos muy, muy nivelados. Y son muy cariñosos. Entonces, en el Imparcial me dieron primera página, me dieron primera página en todos los periódicos, como si fuera una noticia realmente de orden internacional, que no lo era, no lo era pero...
AT: Ahora digamos en el contexto guatemalteco...
AMR: Ah, eso fue otra cosa.
AT: Considerás que había ya una publicación semejante a La Izquierda erótica en tu concepto de lo que escribiste, a los años de ver La izquierda erótica como un libro controversial? Porque es un libro controversial para el momento, y ahora también. Y durante el proceso, yo sé, porque sé parte de la historia del libro, y sé lo que significó para ti a principios de los noventa el ataque de una persona por el periódico... O sea que ahí no se había acabado La izquierda erótica, digamos. O lo que significaban dentro del imaginario masculino los textos, que están ahí. Entonces tú consideras que había en ese momento de la publicación de La izquierda erótica, algún otro libro que ya hubiese como entrado al circuito abierto del feminismo guatemalteco? Porque para mí con ese libro se inaugura el feminismo guatemalteco...
AMR: No, no había ningún libro así. Yo creo que probablemente ésa fue la razón por la cual causó escándalo, que no era el propósito del libro. Los libros no se publican, a menos que uno sea un autor pura desgracia, no se publican para causar escándalo. Yo lo escribí, y sabía que estaba sacando cosas internas, que me habían quemado y me habían dolido y además estaba diciendo “yo estoy aquí, y no vayan a creer que me amedrentan ni que me van a matar ni cosa por el estilo: yo soy yo”. Pero ésa era una tarea personal. Ahora, cuando me decidí a publicar el libro, fue cuando me di cuenta que ese libro era la voz de un montón de mujeres, porque el caso mío no era un caso único, era el caso de una cantidad de mujeres. Y no había libros así. Siempre dicen, “ah, Ana María sigue la línea de la Pepita García Granados”, pero Pepita García Granados, hasta donde sé yo, porque la familia debe haber quemado muchas cosas de ella, pero hasta donde sé yo, y en lo que hay publicado, tiene una cosa, que es el sermón.
AT: Que tendría alguna semejanza.
AMR: Que no creo ni siquiera que tenga alguna semejanza, porque eso fue hecho con un propósito lúdico
AT: Que sería lo contrario...
AMR: Y eso creo sí que tiene una especie como de función de sopapear al burgués. Y creo que lo debe de haber pensado ella cuando lo hizo con Batres Montúfar.
AT: Y yo creo que en ese sentido es que tiene conexión contigo, porque el libro que aparece en el 73 en un contexto como el guatemalteco, tan machista y tan politizado, sólo desde el título Poemas de la izquierda erótica, verdad, ya está como haciendo una sátira del momento histórico político.
AMR: Pues fíjate que, eso así puede verse ahora.
AMR: Pero el asunto es que yo no creo que tuviera una intención muy satírica, porque cuando uno hace una revisión, a veces pienso y digo, “Virgen Santísima, cómo estaba yo de dolida y cómo necesitaba hacer esta afirmación pública”.
AT: En ese sentido es como siento yo que te unís con la línea de la Pepita, porque hay como una necesidad, hay algo que viene de un individuo pero que va como a una colectividad; es como enfrentar la sociedad de ese momento.
AMR: Pero yo lo firmé, mientras la Pepita era anónima.
AT: Bueno, sí, claro, en ese sentido sí, hay una diferencia y tal vez se entiende en el contexto de ella. Pero en el tuyo ya no se podría, digamos, que por ejemplo usaras un pseudónimo para escribir lo que escribiste.
AMR: Jamás.
AT: Como a veces ha hecho Luz Méndez, verdad, por diferentes razones que ella ha expuesto.
AMR: E Isabel Garma (Norma García Mainieri).
AT: El caso de Josefa García Granados me parece a mí que, bueno, ella tenía que enfrentar mucho más un medio...
AMR: Tiene que haber sido una cosa es pantosa, me imagino.
AT: Yo he dicho a veces que la voz tuya está ligada con la de ella, en cosas que he escrito, pero en ese sentido, en cómo se enfrenta a la sociedad en dos diferentes momentos. Y ella lo está haciendo en la primera mitad del siglo XIX, y tú lo estás haciendo en la segunda mitad del siglo XX, que es una gran distancia cultural, digamos.
AT: Pareciera que no hubiera ninguna conexión, pero sí la hay. Los textos tuyos están hablando de un momento distinto, de una experiencia personal; allá ella está hablando de una experiencia colectiva, de una furia entre dos grupos políticos y sociales que estaban en una pugna tremenda. Además, otra cosa que las une es que las dos eran periodistas. Ella era periodista, la fundadora de uno de los periódicos del siglo XIX, y que se enfrentó a una “ciudad letrada” formada sólo de hombres, digamos. Ahora, no, en cuanto a lo que ella escribe de poesía me parece a mí que no tiene mucho que ver, pero en su actitud y en el Sermón allí está ella más cerca del registro tuyo, pero más bien de ella hacia ti que de ti hacia ella, en ese sentido. Yo lo he comentado en algunos trabajos.
AMR: Bueno, la historia es ésa. El libro apareció... Mis propios amigos me decían, antes, “no vayás a publicar eso porque eso no es poesía”, pero qué sabían ellos, ellos estaban haciendo otras cosas. A mí lo que más me preocupó en aquel momento, porque cuando se ven las cosas para atrás, son completamente diferentes, pero en aquel momento a mí lo que me preocupó, más que todo, eran las monjas de la Asunción. Mis hijas estaban en el colegio la Asunción, y yo dije, “si yo publico este libro, las monjas van a sacar a mis hijas”, pero tenía que publicarlo. Y las monjas no sacaron a mis hijas. Para nada. Me mandó a llamar la superiora, y yo dije, “bueno, ahora sí”, y para mí era terrible que las monjas pudieran sacar a mis hijas. Entonces la superiora me llamó, me habló y me dijo, “ya me enteré que usted es escritora; por qué no viene a darnos unas conferencias de literatura?”. Y fue una de las reacciones más hermosas de aquel momento, porque, francamente, francamente, no dijeron nada. Como te digo, lo único que apareció como crítica literaria, aparte de que apareció este libro, y fue en la entrega fue la de Roberto Paz y Paz, favorable. Pero de ahí en adelante no dijeron nada...
AT: Hicieron silencio.
AMR: Hubo un silencio. Pero el silencio es una característica guatemalteca. En parte porque la gente no sabe hacer crítica, porque no sabe; son muy pocas las personas que pueden hacer crítica. Y en parte porque nadie se atreve a criticar, porque esto es una cosita tan pequeña, que toda la gente tiene gran terror de decir algo, porque, cómo va a criticar a Fulano de Tal si es su amiga, o si es su amigo. Entonces no es un terreno propicio para la crítica.
AT: O sea, que en ese entonces no aparecieron ningunos trabajos críticos respecto al libro, por ejemplo de la gente que estaba haciendo crítica en ese momentito, en las universidades por ejemplo.
AMR: No, para nada. Si hay tan poca crítica ahora, en el tercer milenio, qué esperabas tú de los años setenta. Especialmente, una época muy difícil porque la gente estaba muy preocupada por otras razones. No era que estuviéramos viviendo una temporada maravillosa. Estábamos empezando la ola de violencia más cruel que ha sufrido Guatemala.
AT: Por eso a mí me parece que el libro tiene ese otro valor, que aparece también en un momento sumamente álgido; y parece ser, si revisamos un poco la historia de la literatura, libros como el tuyo, aparecen en momentos de grandes tensiones políticas, de grandes tensiones sociales, y de hecho, ése es el momento del aparecimiento del libro, porque es trempanamente de los setenta, en el 73, y si tú dices que fueron dos o tres años de escritura, o sea, es un libro de finales de los 60 y principios de los 70. Es un libro realmente temprano. Revisando literatura escrita por mujeres, me he dado cuenta, por ejemplo, que hay publicaciones posteriores de otras mujeres, de carácter feminista, publicadas posterior al tuyo, y que tienen actualmente una gran relevancia. Yo creo que poco a poco, las personas que van revisando lo tuyo también te van dando un lugar ahí donde debes encajar, porque da la impresión que tu escritura fuera muy posterior, pero no, en relación con el canon de mujeres latinoamericanas entre las poetas, pero no, es en el mismo momento en donde se está dando –con tu libro-- el fenómeno en Guatemala. En Centroamérica la otra escritora, como antecedente sería Clementina Suárez, pero con diferencias sustanciales al tuyo del 73. .
AMR: Tienes toda la razón. Magda Zavala tiene un trabajo, que por cierto yo no conozco, pero hablando en alguna ocasión con ella, me dijo, “mirá, hice un ensayo hablando de la poesía feminista en Centroamérica, y te puse a ti en el lugar que merecés: tú fuiste la primera y después vino todo el mundo”.
AT: Por eso te digo que yo pienso que ese libro es fundacional de la poesía de mujeres centroamericanas, y todavía no se ha revalorado en ese sentido. Por ejemplo, las costarricenses son muy conocidas, las nicaragüenses son muy conocidas desde hace muchísimos años, pero la poesía tuya ha ido saliendo poco a poco, y cuando los críticos se han dado cuenta de que era un libro del 73, han tenido que dar marcha atrás con las opiniones, porque las nicaragüenses parecían estar a la vanguardia de ese tipo de manifestaciones y no es así, sino que es Guatemala con tu libro.
AMR: Sí, ellas tuvieron una gran suerte. Tuvieron la gran suerte de pertenecer a un país donde hubo una revolución triunfante que se preocupó muchísimo por la cultura y las publicaciones, y las lanzó internacionalmente.
AT: Porque tu libro es una publicación de autora.
AMR: Sí, sí, por supuesto. De los libros míos, déjame ver cuáles no son publicación de autora... El fin de los mitos y los sueños y la callejita de cuentos. Todos los demás son publicación de autor.
AT: Cómo es el paso de La izquierda erótica a Cuatro esquinas?
AMR: Cuatro esquinas? Pues una cosa muy fácil, no fue una cosa nada nada difícil. De hecho yo considero que las Cuatro esquinas y El fin de los mitos son parte de La izquierda erótica.
AT: Ah, sí?
AMR: Yo así los considero. Son un mismo libro, que se escribió..., digamos que La izquierda erótica es el tomo uno, las Cuatro esquinas es el tomo dos, y El fin de los mitos y los sueños es el tomo tres.
AT: Porque ahí en las Cuatro esquinas está ese texto que a mí me gusta tanto que es “Carta a los papis que se están muriendo”...
AMR: Ah, sí. Yo no sabía tampoco lo que estaba haciendo. Es que las cosas las hace uno porque las tiene que hacer, verdad, porque tiene esa necesidad de hacerlas. Yo recibí, y recibí muy mal en mi interioridad, lo que habían dicho mis amigos: “eso no es poesía”, “están cosificando tu libro”, y todas esas cosas. Entonces dije yo, “bueno, yo por qué voy a seguir los cánones de ellos?, si yo soy yo. Y entonces les escribí esa carta.
AT: Esa carta era directa.
AMR: Ah, sí, la carta era para mis amigos.
AT: Para esos comentarios y esos consejos que siempre suelen dar...
AMR: Ah, los consejos, que tené cuidado, que mira que no sé qué, porque creen que uno tiene tres años todavía, verdad? Y entonces, sí, la carta es para mis amigos, y después resulta que cuando la vuelvo a ver, digo “sí es para mis amigos, pero es también para todos los hombres”.
AT: Esto que contás de esa época, sigue sucediendo, tengo un variado repertorio de anecdotas.
AMR: Lo que pasa es que cada cual tiene su forma de escribir, cada cual tiene su forma de estar en el mundo, cada cual tiene su forma de ver las cosas. Entonces, si yo estoy en el mundo de una manera diferente, si veo a las cosas desde un punto de vista diferente, si mi lenguaje es diferente, entonces van a decir no, eso no sirve.
AT: Y me parece siempre que la actitud es así, como que esa carta que ellos se merecieron en ese momento, se la merece que se las vuelvan a escribir en este momento, qué pensás?
AMR: Que se las manden, que la usen, que se las manden, que se las manden...
AMR: Te voy a poner un ejemplo para que te des cuenta. En Nicaragua, y esto lo escuché yo, hubo un certamen de cuentos, exclusivamente para mujeres, y entonces las escritoras nicaragüenses de ANIDE buscaron un jurado calificador. No sé si habría hombres y mujeres, me imagino que habría hombres y mujeres. Y un hombre les hizo un comentario, les dijo, “no hay nada bueno allí, no encontramos nada bueno entre los cuentos que concursaron, pero cómo esto es un certamen de mujeres, si quieren, damos los premios”. Entonces inmediatamente las mujeres de ANIDE dijeron, “no, pues si no hay, no hay, y se declara desierto”, que me parece a mí que es muy honrado, verdad? Pero esa es la actitud.
AMR: Con sólo que estén nombrados los jurados que tienen un gusto especial, particular, que se inclinan más por unas cosas que por otras, ya se sabe.
AT: En general la escritura de mujeres es corta, por eso es que cuando un concurso de cuentos establece que se necesita veinte cuartillas para entrar en concurso, prácticamente saca a la mitad de la población que escribe.
AMR: A mí me parece una estupidez inmensa, porque un cuento no tiene que ser necesariamente de determinado tamaño para tener calidad. Además creo que eso es una cosa bastante anticuada. Yo creo que esa historia de veinticinco cuartillas y eso es un cuento, me parece que eso hace mucho rato que pasó a la historia. Pero si no querés ver el caso de las mujeres, ahí está el de Tito Monterroso. Andá a ver dónde están las veinticinco cuartillas de Tito Monterroso.
AT: O los textos de Francisco Nájera. O sea, hay una serie de gente escribiendo texto corto, pero ya te digo, la experiencia que tengo con mujeres es que en general nadie escribe más de diez páginas, si es que es mucho. Nadie escribe más de diez páginas, y cuando se escribe más de diez páginas, algo le pasa a los textos.
AMR: El ejemplo de Ligia, Ligia Escribá.
AT: Ligia es una escritora que ha escrito narraciones buenas, a mí me parece que ella iba en ese desarrollo de la narrativa de mujeres que se quedó trunca en algún momentito. Está el segundo libro de Mildred Hernández, que me parece una reescritura de otros temas, y muy simbólico, lo de Diario de cuerpos, que toda la gente dice que parecen poemas en prosa.
AMR: Prosa poética.
AT: Y hacen toda esa mezcla, porque son objetos no identificados, verdad
AMR: Como unos OVNIS...
AMR: Por ejemplo, ahora está el libro de Jessica Masaya.
AT: Y está el excelente cuento de Vanessa Toledo.
AT: Está esta otra escritora que nadie le pone mucha atención. A Lucía Escobar le dan un espacio en LaCuerda, pero a Brenda Arévalo nadie la conoce.
AMR: Yo misma no la conozco.
AT: Ella tiene una serie de narraciones excelentes, que no entraron en el libro Mujeres que cuentan.
AT: Ella tiene un texto que se llama La mamá de los niños, que es un texto de cualquier antología.
AT: Ella es una escritora que hasta el momento no ha conseguido publicación en ningún lugar, y una persona totalmente anónima dentro de la narrativa de mujeres, que tiene un trabajo bastante consistente. Pero nadie la conoce, como no se ha ganado premios, no ha entrado seguramente a los concursos, o sea, no ha aparecido en nada, yo por casualidad, indagando la encontré.
AMR: No me digas.
AT: Sí. Y tuve oportunidad de conocerla en una ocasión hace dos años, porque llegó a la presentación de uno de los libros de las antologías que publicamos ese año, y es una mujer relativamente joven, que ya tenía años de estar escribiendo ese tipo de narraciones.
AMR: Por eso veo con buenos ojos la idea de fundar aquí la asociación de escritoras. Porque eso probablemente nos daría a las mujeres fondos para publicaciones, donde se puede incluir a un montón de mujeres, que no han publicado en ningún lado, y fondos también para talleres de escritura, que son tan importantes, sólo para mujeres. Donde las mujeres tengan su creatividad libre, donde no estén los hombres diciendo “mucho cuidado, mire, tenga cuidado que eso no es tal cosa”.
AT: “Cuidado con los ‘cuidado’”, como decía Luis Eduardo.
AMR: Sí, exactamente. Yo creo que eso es bien, bien importante.
AT: Sí, porque, fíjate, todas estas narradoras se van desapareciendo, porque no hay espacios. Yo comentaba algo en una entrevista que me hicieron, que yo no publiqué sino hasta que Enrique Noriega era el director del proyecto y porque él conocía lo que yo estaba haciendo desde hace un año. Yo tenía bastantes años de estar trabajando mis textos y nunca había tenido la oportunidad de publicar, porque no tenía los contactos, por diferentes razones, pero si hubiera un espacio como ése, obviamente, las mujeres irían a ese espacio, a buscar algún tipo de adiestramiento, a practicar o platicar sus textos. Por ejemplo, Eugenia Gallardo, que es esta escritora del libro Cómo llegar a la Torre de Londres, estuvo hace años en un taller, y el conductor del taller tuvo la buena idea, la iluminada idea de dejarlas hacer lo que quisieran. No les estuvo dando consejos, sino que les dijo, “bueno, usemos la escritura automática, y cada quién escribe lo que se le da la gana”. Yo creo que ése fue un detonante para algunas de las personas que fueron allí, en el caso de ella, que me parece que tiene en ese libro que está desgenerizado, hay textos completamente cerrados, textos que parece que son fragmentados, o sea, es una mezcla. Pero me llama la atención que haya tenido ella la oportunidad de trabajar algunos de esos textos en el taller, eso estuvo bien, entonces me imagino yo que eso que tú me estás contando tendría lo mismo. Pero sí, es necesario rastrear más a las narradoras, porque está la falsa teoría de que no hay narradoras guatemaltecas.
AMR: Yo tuve que ir a Managua este año y entonces recurrí al libro Mujeres que cuentan.
AT: Hay que hacer un trabajo de investigación más minucioso acerca de los antecedentes. Por ahí va y yo creo que es necesario.
AMR: Sí. Hay mujeres que han escrito bien. Yo, el libro que leí de Blanca Luz que me encantó fue Azul cuarenta.
AT: Y sobre tu tercer libro, Ana María.
AMR: Ah, el tercer libro, ese pobre es una resaca. No, el tercero no, el tercero es parte de La izquierda erótica, El fin de los mitos y los sueños, lo que pasa es que ese libro me sirvió a mí también como salvavidas. Yo había estado callada bastante tiempo y no había escrito. Y no había escrito, y hasta ahora lo veo, verdad, no había escrito porque todos en Guatemala estábamos muy deprimidos, sumamente deprimidos, si la violencia era una cosa espantosa. Y ese libro lo terminé yo en el año 80, pero el año 80 para mí fue un año horroroso. Yo recuerdo que fui a buscar a una institución pública, porque no tenía fondos para otra cosa, a una institución pública fui a buscar a un psiquiatra, porque estaba muy mal, estaba con una depresión profunda, y puse como responsable mía a mi hija Irene. Así es que una de mis hijas, que en aquel momento Irene era una niña de 20 años, o menos de 20 años, era responsable de una mujer de mi edad, fíjate, en qué estado estaría yo. Y ese libro, la escritura de ese libro, fue una tabla de salvación, y es una necesidad de afirmarme pero afirmarme vitalmente. Y hay un poema, el poema final de ese libro que se llama “Absoluta”, y ése es ya la afirmación total de “yo estoy, yo soy, y no necesito nada más”. Creo que es muy importante, creo que es algo muy importante en la vida de una mujer. Todavía escucho, cada cinco minutos si fuera posible, la historia aquella de que Fulana de Tal está muy deprimida, por qué? y por qué está deprimida Fulana de Tal?, pues porque los hombres o vieron mal su trabajo, o porque el novio la dejó, o porque el marido no se qué. No se puede seguir circunscribiendo y metiendo el bienestar de una mujer a que dependa de lo que hacen los hombres, y sin embargo, sucede, y a unos niveles espantosos. Yo, veo ahora, quiero escribir sobre eso para el periódico, lo que hacen las mujeres con sus cuerpos, esas agresiones constantes.
AT: Y eso cómo estaría ligado con El fin de los mitos y los sueños y el momento en que estabas escribiendo ese libro?
AMR: Bueno, yo encontré que aún en medio de aquel momento tan espantoso, si es que era sangre, era muerte, era abandono, porque la gente se iba de Guatemala, los que estaban vivos, los que todavía estaban vivos, se iban, y se iban no solamente los que estaban ligados a la política, se iba todo el mundo, entonces dije yo, “bueno, pero el mundo se puede caer, y todo se puede hacer desgracia, pero aquí estoy yo, yo me tengo a mí misma”.
AT: Entonces es un libro en el que hay un reencuentro, donde lográs tu identidad.
AMR: Ese “Absoluta”, del tercer libro es como “Ahora que te hallé, mujer”, el último poema de La izquierda erótica, es exactamente lo mismo, es estar, y era muy necesario en esa época, necesario decir.
AT: Porque allí me parece a mí que estás trabajando cuestiones míticas, por ejemplo, Lucrecia Méndez ya ha dicho algo en ese trabajo que tiene y que ha publicado en la revista Itsmica. Hay un trabajo de Lucrecia Méndez sobre la poesía guatemalteca de mujeres y la parte medular se centra en la figura tuya. Ella ha comentado cómo en ese libro se está trabajando la cuestión mitológica, hay un retrabajo, un acercamiento a la mitología de la mujer como centro del universo; no usa ese nombre, sino desarrolla la idea de cómo reencontrar las raíces de la mujer dentro de sí, dentro de esa misma sociedad, en función mítica. Y creo que ésa es una idea de ella, que está ligada con lo que tú estás diciendo también, al ir buscando de alguna manera en los textos, o ir dilucidando en los textos, quién eras tú, de dónde venías, por qué estabas ahí, por todo el trabajo que hay sobre esa figura de la madre en el libro.
AMR: Sí, me parece que fue un acierto de las lecturas que hice en ese momento, me llevaron a escribir ese libro tan mítico, porque en el fondo al buscarse, al intentar encontrarse, hay que irse bien a fondo.
AMR: Como para concluir te podría decir que en estos tres libros se resume buena parte de mi vida, durante el período más difícil políticamente hablando, sufrido por Guatemala, y es posible como ya lo han dicho algunas personas, bucear dentro de estos libros para encontrar las relaciones de los poemas con el contexto político y social.
AT: Gracias Ana María por esta entrevista.
Guatemala, Julio 2002.
© Primera edición, 2003.
Para esta edición, Aida Toledo, Miriam Rivera-Hokanson, Ángel Fco. Briones-
Barco