Eduardo Espina
edespina@yahoo.com

El rumor a helar los rabos a lo largo
de las argollas agotando cada huella
(la luna tan dentro, la visi?n sabida)
cuando m?s que dudosa ciénaga era
en desaire de cielo la soluci?n de los
mismos por la cripta del ojo al darse
adem?s del rozar resplandeciente de
la anguila hacia la isla del comienzo:
todo dividido en la bestia por durar.
Pero en tales lados donde los labios
hu?an inquietados a osar su misterio
de décimas adonceladas por el roc?o,
se iban dejando desliar los plisados
de una seda de casi nadie en la edad
airada del error que a lo hermoso de
muy cerca, y a lo bello también ve?a.
El fin a encontrarse con el principio:
en la manera del ocioso no amanece
y la velocidad recorre los jardines.

LA VIDA, UN OBJETO RECIENTE

La mortalidad de su belleza es lo que
da para empezar: a punto de quedarse
callada encuentra una perla y el apodo.
Vida como d?diva duradera, como ha
sido la del b?falo, y detr?s la pantera.
Entre zancadas hasta cruzar la bruma
m?s all? del alba a?adida a la persona
del paje que pregunta por el anfitri?n.
A tiempo de tener lo que nunca naci?,
la ma?ana derrama lebreles de brillo,
la letra que a la voz anuncia naciones,
nada m?s que la soluci?n de siempre.
Llega la lluvia, la costumbre del agua
y el ocio que por cierto cae en desuso:
la luna en el heno hace a la planicie, el
invierno al venado que alcanza a ceder.
Por su hez ha sido el sitio disminuido,
en algo convertido como cuerno y ah?:
la flecha conocida al quedarse clavada
el cuerpo dispuesto por la posibilidad.
Podr?a resumirse as?: el margen de los
recuerdos originando un gerundio y a la
canci?n llevada al grazno del susurro.
Ciervo, verdad y arboleda por dentro:
la casa encuentra el coto desconocido.
Duerme la piel a pesar de lo que pasa.
Los ojos dan por verdad a las palabras
las cosas buscan un lugar en la mirada.

LA TORTUGA DE ZEN?N

Lo ?ntimo atrae a la intemperie.
Rastro a ras de la escolopendra
y algo de logos en la caparaz?n.
A su lado las paralelas se alzan;
feliz remordimiento de la raz?n.
Anda, ?ltima libra del gal?pago,
que ya grazna el peso anacarado,
su pa?s de piel aparte ya de todo.
Presocr?ticos a usanza la vieron
rodar entre sospechas enhebrada
a las obras que vaciaban el plan.
?De alcurnia igual a un leopardo?
Ca?da del aire, casi por dentro:
oscura de panoplias por el fr?o,
sigui? hasta salirse del nombre.
Al detenerse, se sinti? Aquiles.

********************

EDUARDO ESPINA

Las patas de la cama nos separan del mundo
De la m?s turbia sonoridad de estrellas, m?s
turbaba la flama la consagraci?n del gineceo.
Zurcir del celebrante en la sorna del pigmeo
y espuma que alcanza el mar de las levedades.
Tropelando la jaba antes de entrar en reposo
no dejaba que el desvelo apresurara el final.
Bajo la tolerancia el cielo en su semejanza
todo era bruma y todo charco y anguilas todo.
Lenguaje en sarong de p?rpura popelina de la
bella diciendo bien que me follas escarabajo.
Y en el pasmo los engrudos y en la jarana de
la haragana embalsamada, s?ndalo y arandela.
Romance de bucanero como de novela japonesa
sin olvidar los camotes de alardeos al loarla.
De lo que vieron ni un ojo abierto olvidar?n:
del aire debajo y viendo los pies de la isla.

******* 

La cifra de la contemplaci?n
Sarna de zarigüeya que en otra parte
se convierte en amuleto hind?.
Donosuras del zahor? cuando sus ojos
inventan la mirada que los ve.

Im?genes de la voz
De espaldas en el espejo, nada
de venado veloz ni nataci?n de
s?labas a solas en el lenguaje;
apenas un haz de luz y aquello
si lo era, como asombro de m?s
cielo y carne invisible de dos
en el aire canjeando soledades.

La luna del m?s feliz
Del deseoso la prisa raspando el rastro
aéreo donde los besos tras la estampida
de los becerros en una historia de amor
se asemejan a hacer un sismo en la piel
apoltronada de los lebreles al iluminar
con lumbres de v?lvula sonora la alcoba
que tejer su sierpe suele con m?s bello
decir de palabras que juntas se l?an en
asmodeo o veloz regodeo cuando no m?s
pavoneo que la esperanza de la luz all?:
?leo de lobo al hermosear la luna llena
ni mejor materia que raspaje de lobiz?n
en la capa de ozono al drizar parecido
al gozne en ciernes de aquel que melosa
chatarra o paisaje de electrodomésticos
imagina en la cuenta exacta de la letra
donde nada no haya ni nudoso n?yade ya.

EDUARDO ESPINA naci? en Montevideo, Uruguay. Public? los siguientes libros de poemas: Valores personales (Buenos Aires: La m?quina de escribir, 1982), La caza nupcial (Buenos Aires: ?ltimo Reino, 1993), El oro y la liviandad del brillo (Ciudad de México: Universidad Aut?noma Metropolitana, 1994), Coto de casa (Jalapa, Graffiti, 1995). También public? los ensayos El disfraz de la modernidad (Toluca: Universidad del Estado de México, 1992) y Las ruinas de lo imaginario (Montevideo: Graffiti, 1995), libro que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo de Uruguay en 1996. Reside en Estados Unidos, donde se desempe?a como profesor universitario.