Traducción del árabe por: Ahmad Yamani y Fernando Juliá
Estarás conmigo en un jardín entre amantes, tu mano entre la mía y tu cabeza sobre mi hombro.
Dormimos un poco y , al levantarnos, no encontramos a nadie.
¿Dónde están los pájaros, las rosas, los coches, los ladrones,
los hambrientos?
¿Dónde están los perros, los gatos, las casas, las calles, y los asesinos? ¿Dónde está la vida?
No hay nada salvo el espacio
y el eco de nuestra voz.
De pronto nos cansamos de andar y aparece un árbol.
Descansamos bajo su sombra.
Se desborda una fuente
y te llevo agua en la palma de la mano.
Poco a poco nos enteramos que la gente ha subido al cielo
para el juicio final
Tú y Yo, amor mío, aquí solos en la tierra.
Sin echar en falta a los ángeles que, sonriendo desde arriba,
dicen:
“Señor, te rogamos otra oportunidad
a esta humanidad.”
Eres mi hija.
Estoy seguro que volveré a encontrarte al final de mi vida.
Será por casualidad, en cualquier calle.
Yo tendré una barba poblada y canosa y mi bastón temblará en mi mano.
Tú estarás como ahora,
con tu boca pequeña, tan pequeña que no le cabe ni una cuchara.
Tus ojos, un plato de miel,
que los niños pobres desayunan con su mirada.
Tu pelo, una noche de carbón
a la que ninguna estrella ilumina,
ni siquiera una cana.
Te acercarás a mí y me cogerás del brazo:
“¿A dónde vas abuelo?”
Y me ayudarás a cruzar la calle.
Entonces apretaré tu mano
con suavidad.
Te miraré con mis ojos viejos
y te diré:
“¡Hija mía, te pareces tanto a una muchacha
por la que estuve loco hace muchos años!”
Buenos Días
Buenos días
a tus ojos pálidos.
Buenos días
a tu pelo,
a la gota de miel que, de tu boca,
reposa en la almohada.
Al peluche ocioso entre tus brazos.
A las dos palomas que picotean
las ventanillas de encaje de tu sujetador.
Buenos días
a la ropa sucia de tu cesto,
al resto de comida de tus platos.
A la taza de café que cierra el respiro del café
para que siga caliente esperando tu beso.
Al polvo que hay pegado en tu zapato.
Buenos días,
por ti,
a la tos de tu padre,
al reumatismo de tu madre.
Buenos días
a los pájaros escondidos en tu balcón
que huyen de las balas.
A la mosquita de la cara del hijo del portero de tu casa,
al perro de tus vecinos y
al barrendero de tu calle.