Peces muertos

Los peces muertos de la fuente,
¿acaso sienten su frío caído de lo alto?
¿acaso miran con asombro mi nuevo traje
ceñido como un cinturón
de tela revuelta por las aves del viento?
Cada día, en el autobús,
cruzo cerca de ellos.
El hombre de siempre,
inclinado sobre la fuente
pule sus escamas de piedra.
Los peces muertos,
¿en qué piensan
si no pueden nadar? 

Ahogados

Los ahogados,
indigestos de sal y musgo,
salvaron a las aguas
de su soledad.
Aquí están,
uno tras otro
hacia la insignia del coral.
Sus voces
y sus pasos,
antaño indetenibles,
rebosantes
en el agua.
Aquellas banderas,
ahora de lapislázuli,
y el himno secreto,
sin olor,
olvidado de las letras.
Mis amigos,
los ahogados,
sin gloria,
alabaron mi nombre
vuelto en sus bocas agua
y me llevan
en la marea de sus rostros.

El hotel de Borges

En sus esquinas hay cuerpos de toros,
lgunos con cabezas humanas.
Y en sus dormitorios
todavía criados medievales.
Es el hotel que tiene su nombre.
Viajero, llego a la esquina de los toros
y sin aliviar mi fatiga,
sin esperar otro naufragio,
descubro que lo llaman Borges,
ofrece el nombre.
Es su hotel, Borges,
se esquina en la antigua Lisboa,
está allí
aunque nada saben
de su nombre.
Cuidan la estatua de Ricardo Reis
o su sombrero
mientras hablan;
quizás imaginen
que mis gafas
son como las de Ricardo Reis.
El peligro, dicen, cuando avanza
no distingue.
Ellos no ven la arteria de sus manos
luchar contra el relámpago
en las habitaciones del relámpago,
donde las señoritas dicen “señor”
y los ascensores aguardan nuestros pasos,
quietos como unicornios domesticados.
Puede que todo se le parezca
menos este hotel
que nombran Borges.
A cada momento
me ilusiona que pueda entrar
o salir,
pero se trata solo de unas habitaciones misteriosas,
de un edificio que se acoda en el viento,
Borges con una máscara diferente.
Una placa de cobre a la entrada,
encima del edificio,
es quien señala su nombre.
No he vivido en este hotel,
cruzo con pasos tranquilos
pensando en los sueños de la próxima
noche
o la siguiente.
Al fin del viaje,
esquivando a los porteros,
su largo camino,
veo a María Kodama, el pelo de plata,
atraviesa el umbral.
La llamo arqueando los dedos.
-Acércate, también, dice,
quizás viene enseguida,
quizás te vea.
Pero él no entiende
de los edificios
ni de las esquinas,
aunque una placa de cobre
aquí arriba
señale su nombre.
(Portugal)

Esteras de tanques

Qué pacifista la gente de aquí,
ofrecen las dos mejillas,
si más tuvieran las ofrecerían
a su destino;
mientras tus labios buscan
palabras que recuerden.
Aquí
la gente no conoce la maldad.
Más vale que se enjaulen en su aburrimiento
-hasta prefiero su mansedumbre-
pues ellos no han sabido de guerras.
Es como si Speilberg no los hubiese invadido
con sus dinosaurios.
No se desangraron por las túnicas de Kubric.
Les digo:
-Ay de sus inteligencias.
Y me protejo bajo sus mismos paraguas.
Aquí
ríen mucho, sin miedo,
tocan mi barba crecida
y carcajean:
-Háblanos de lo que sabes, de tus esteras.
E...S...T...E...R...A...S.
Y arrastran la palabra como un paño extendido.
La gente, aquí,
me confunde con un cuentero
y me llevan, amablemente,
con bondad,
en sus brazos.
(Portugal)
¡Ay de la leona en su ataque!
Como una olla hirviente
será su ataque.
Arrastra en su sombra
una espina encarnada.
Juega el hambre con
la leona.
Sus colmillos van a restañar
las murallas.
Los veo relucir en nuestras caras.
Aguardamos en primera fila.
Y resplandecen.
Y se agitan como anhelantes plumas.
El ataque de la leona
nos sorprende,
o quizás algo más recóndito,
quizás el aliento de los antepasados,
quizás aquel ciego,
o Spúlveda,
quien contaba
la vida del viejo que leía
novelas de amor.
Quizás no esté ella lejos de las flechas
que hieren su garganta
desde la tabla asiria
donde se revela todo
menos su ataque.
Ay de la leona,
vigilada por nosotros,
anunciándose al otro lado,
contenida solo por un dedo de cristal.
Así la vemos,
dibujándose en su imagen.
Y agoniza su ataque
ante la quietud con que miramos.

Suceden cosas

Suceden cosas mientras duermo.
Ayer, la vecina solterona quemó su casa
y todos nos ahogamos en su fuego,
el fuego que sucede
cuando ella abre sus piernas.
Otras cosas suceden,
por ejemplo, sucede que duermo
entre las nueve y hasta las nueve
-sucede que no tengo bastante tiempo-,
por ejemplo, sucede que pasan las gentes
y nuestra otra vecina
dormita en el umbral de su casa vacía,
solo habitada por almas gritonas
y el traqueteo de unos platos
de la época de Alfonso XIII.
Y así,
suceden cosas,
otras más,
mientras sigo durmiendo
sin hallar quién me cuente eso que sucede.
Y no sé que los vendedores
bajo mi casa roban libros,
mis libros,
y los venden como papel barato a los gitanos.
Sienten que duermo
tranquilo, modestamente,
y ríen con amabilidad,
se acarician la piel
el uno al otro
como por contagio,
y nada sucede,
nada.
Intento adivinar la luz en la orilla oscura
y no puedo,
quizás vuelvo la cabeza
hacia una pose más cómoda,
solo eso sucede.
Todo el día duermo
entre las nueve y hasta las nueve,
esperando que suceda alguna cosa.
Así es de profundo mi dormir.

Llóralo bien

Llóralo bien,
mas llóralo todo.
Le interesan tus palabras,
pero está dividido
y sabes que todo no lo tendrás.
Llóralo...
Tu llanto producirá la fina grieta
en esta duermevela que llovizna,
el relámpago chispeante.
Llóralo bien,
por el azar que acaso sea
o el próximo amanecer.
Y esperemos
aunque, a cada instante,
desaparezca.
Llóralo bien,
mas no ante la sorpresa
que filtra sus dedos
en nuestras costillas,
no ante la sorpresa
que sin llegar
toca el espacio.
Llóralo bien,
llóralo,
no le dejes bajar la mirada
ni transformarse en otro.
Dale lo suyo
que se levanta en ti.
Y llóralo...
Sin él no habrá mundo para ti.
...Todo
No dejes que escape, sin más.
Llóralo bien,
mas llóralo todo.

Nuestros caballos

Nuestros caballos
de cola
y madera
y clavos
eran conducidos.
Pero ahora nos patean.
¡Ay de este sopor!
Nuestros caballos
de cola
y madera
y clavos,
nos deshacen
costilla tras costilla.

Es el momento

Es el momento
y su sombra
acaso sea yo.
Es rojo
y me ahoga en su tinta,
el momento;
las metáforas se embisten
contra sus paredes de olvid ,
insaciables,
eligen,
por fondo, el infinito.
El momento...
Ay de su ausencia
entre un susurro y otro,
chasquido
igual a este
que se acerca débilmente ruidoso.
Su ligereza es la de un disco
que revolca.
Escucho.
Es el momento
quien viene y se va.
Yo
quien aguarda.
 
Las estaciones
Las estaciones,
fulgurantes,
suavizan su sonrisa.
Pongo la cabeza
sobre la almohada.
Sus ligeros sueños
como águilas
avazan hacia el límite de mi garganta,
también fulgurantes.
Y nuestros pasos
corren tras su mar.
No vemos el fondo.
Las estaciones.
Aparecen con las piernas desplegadas.
Frotamos el amargo vello tembloroso,
lo sacudimos
y se marchita,
contamos sus comas
entre una letra y otra.
Tejen el vestido de la partida
Y, airados, lo devolvemos.
¡Qué falaz!
¿Por qué nos acostamos sobre
la misma cama?
¿Por qué sostuvimos sus ladrillos
en invirnos lluviosos?
¿Por quécortamos la cresta de
sus rejas?
¿Por qué vijilamos cada vello de
sus axilas?
¿Por qué cosechamos el aceite de
sus momentos mágicos?
¿Por qué hablamos de sus ardides
ahora, mientras escribo estas
preguntas sin orden?
Las estaciones…
Andar sin ruido de un confín a otro
o abandonar las luces de Gran Vía
dejando las manosabandonadas,
suspirantes, o quizás solo abandonadas.
Así,
sentir cómo se respira el aire.
Las estaciones
que temo advertir.
Debo dibujar sus costillas
y sorprender sus mariposas lumínicas
y sus epidemias…
Quien se acerca a ellas
se inclina hacia mí señalando
su presencia.
Las estaciones,
fulgurantes,
se detienen.
Me escuchan marchitarme,
Impasibles.
Las estaciones.

En el gentío de las nubes

Cuando me divises
en el gentío de las nubes,
custodiado por mi silencio
y la soledad de los muertos
que viven en mi alma,
llámame sin nombre
porque no responderé.
 
Vacío
 
Tu imaginación
desborda los vértices
de mi muro.
Mientras los otros
continúan rodeando
un círculo vacío.

Pasos

En espejos marchitos
diluyo mis pasos
en busca de un abismo
impoluto
aún.
Otra cara
Los pavos reales de la mañana
me encierran en su marco.
Al fin me prohíben hablar
y surge otra cara,
otra mirada de pavo real.
Mi noche y tu mañana
La noche
continúa
ruidosa.

Y la luz

de la mañana,
burlona,
pretende ingnorarla.
Como la noche
continúo
y la mañana,
burlona,
pretende ignorarme
y niega con su cabeza.
 
Luz
Chorro ciego
ardiente
de círculos,
cataratas
que ignoran su cauce
despeñado.
Esta noche,
¿qué claridad
presagias?
¿Por qué?
Las sierras
Temblorosas
Se enchumban
Con la leve Somnolencia

De la madera.
Lloran.

Datos del autor: 

Abdul H. Sadoun.
Nacido en Bagdad el 13 de Agosto de 1968.
Es Licenciado en lengua y literatura hispánica.
Ha publicado los libros: El día lleva traje manchado de rojo (cuentos,1996), Encuadrar la risa (poesía 1998).
Tradujo del español al árabe mas de un libro.
Direccion:
Apdo. 50631
28080 Madrid.
Tlfno: 696 629612