Por Harold Alvarado Tenorio
(Colombia, Bogota)

Harold Alvarado TenorioMahmoud Darwish (Al-Birwa, 1941-2008), cuyos fervientes poemas sobre el exilio de los palestinos y dolorosa condición de la vida de los humanos sobre la tierra le convirtieron en uno de los memorables escritores del siglo XX, ha muerto, el sábado 9 de Agosto en un hospital de Houston luego de varias complicaciones en una cirugía de corazón abierto. Tenía sólo 67 años, la mayoría de los cuales había dedicado a luchar por la liberación de su pueblo de las cadenas de la opresión israelí, participando activamente en la difusión y defensa de su cultura y literaturas, redactando la Declaración de Independencia [1988] o escribiendo algunos de los discursos del padre de la nación, Yasir Arafat, al lado de cuya tumba será enterrado, con honores de estado, en Ramala, la futura capital del estado Palestino.

Hijo segundo de Salim Darwish, un terrateniente musulmán y Houreyyah, una analfabeta, cuyo padre enseñó a leer al poeta, nació en un pueblo de la antigua Palestina cerca a Haifa, destruido por Israel en 1948, --mientras los palestinos conmemoraban la Nabka, “el desastre”--, desde donde la familia huyó a Líbano, regresando eventualmente a sus tierras para terminar el bachillerato en Kafr Yasif, donde ingresó al Partido Comunista Israelí y publicó su primer libro de poemas Asafir Bila ajniha, cuando tenía diecinueve años. Luego de haber estudiado en la Universidad de Moscú, fue despojado de la ciudadanía israleí y al unirse a la OLP en 1973 se le prohibió el ingreso a Israel, donde sólo pudo regresar en 1995 para asistir al funeral del poeta Emile Habibi y establecerse en Ramala, un año después donde fundó, con dinero del gobierno japonés, el Centro Cultural Khalil Sakanini, que fue destruido por las tropas israelitas el 2002, durante el cerco contra el Rais, antes de su muerte.

Autor de libros de poemas traducidos al español como Menos rosas, El lecho de una extraña o Memorias del olvido, director de la revista de poesía Al Karmel, con su textos cautivó legiones de jóvenes y adultos que se interesan por el destino de su pueblo, trascendiendo localismos y hechos puntuales porque como él mismo sostuvo, muchos de los asuntos de sus poemas como el exilio, la alienación o la melancolía ocurren también en otros confines del universo y no son de uso o exclusiva ocurrencia en pueblos pobres y oprimidos. "El exilio -dijo- es más que un concepto geográfico. Puedes ser un exiliado en tu patria, en tu casa, en una habitación. No es sólo una cuestión palestina".
En un siglo que ha conocido el auge de la poesía de entre guerras y su decadencia en la aldea global, demostró que la poesía conserva el poder de conmover comunidades enteras, como sucede en Palestina, una nación y un pueblo que espera hace más de medio siglo la restitución de sus territorios y derechos. Uno de sus más celebrados poemas conmueve cada vez que le recorremos:

Escribe
que soy árabe,
y el número de mi carné es cincuenta mil;
que tengo ocho hijos,
y el noveno vendrá al final del verano
¿Te enfadarás por ello?
Escribe
que soy árabe,
y con mis camaradas de infortunio
trabajo en la cantera.
Para mis ocho hijos
arranco, de las rocas,
el mendrugo de pan,
el vestido y los libros.
No mendigo limosnas a tu puerta,
ni me rebajo
ante tus escalones.
¿Te enfadarás por ello?
Escribe
que soy árabe.
Soy nombre sin apodo.
Espero, paciente, en un país
en el que todo lo que hay
existe airadamente.
Mis raíces,
se hundieron antes del nacimiento
de los tiempos,
antes de la apertura de las eras,
del ciprés y el olivo,
antes de la primicia de la yerba.
Mi padre...
de la familia del arado,
no de nobles señores.
Mi abuelo era un labriego,
sin títulos ni nombres.
Mi casa es una choza campesina
de cañas y maderos,
¿te complace?...
Soy nombre sin apodo.
Escribe
que soy árabe,
que tengo el pelo negro
y los ojos castaños;
que, para más detalles,
me cubro la cabeza con un velo;
que son mis palmas duras como la roca
y pinchan al tocarlas.
Y me gusta el aceite y el tomillo.
Que vivo
en una aldea perdida, abandonada,
sin nombres en ellas calles.
Y cuyos hombres todos
están en las canteras o en el campo...
¿Te enfadarás por ello?
Escribe
que soy árabe;
que robaste las viñas de mi abuelo
y una tierra que araba,
yo, con todos mis hijos.
Que sólo nos dejaste
estas rocas...
¿No va a quitármelas tu gobierno también,
como se dice?
Escribe, pues...
Escribe
en el comienzo de la primera página
que no aborrezco a nadie,
ni a nadie robo nada.
Más, que si tengo hambre,
devoraré la carne de quien a mí me robe.
¡Cuidado, pues!...
¡Cuidado con mi hambre,
y con mi ira!
(Carné de identidad)

Aún cuando la mayor parte de su obra la escribió en árabe clásico más que en el lenguaje de las calles, Darwish, que también hablaba inglés, francés y hebreo y admiraba la poesía de Abd al-Wahhab al-Bayati, Badr Shakir Al-Sayyab y Yehuda Amijai, se aleja a grandes pasos de las florituras y barroquismos de sus tradiciones poéticas, usando de un lenguaje directo y candente que muchos consideran lo más hermoso del árabe contemporáneo, sin olvidar que los asuntos políticos son determinantes en muchos de sus poemas y la historia de su vida.

Sin embargo, hacía ya casi dos décadas que no escribía poemas directamente políticos y había llegado a sentirse algo incómodo con muchos de los que había escrito. “A veces me siento como si me leyesen antes de que hubiese escrito, dijo a The New York Times en 2001. Cuando escribí un poema acerca de mi madre, muchos palestinos pensaban que mi madre era un símbolo de Palestina, pero yo escribo como un poeta, y mi madre es mi madre, no un símbolo”. Y agregó “Llegué a pensar que la poesía podía cambiarlo todo, que podía cambiar la historia y podía humanizarnos, y todavía creo que esa ilusión es necesaria para impulsar a los poetas para creer en el futuro de la humanidad, pero hoy sólo creo que la poesía puede cambiar la poesía”.
Mahmoud Darwish recibió los Premios Lotus, Lenin, Orden de las Artes y las Letras, Lannan Cultural, Príncipe Claus, Bosnio y Struga.