Gerardo Gambolini

Ahora pienso que la actitud del consorcio
no era solo benevolente con Johann, el portero,
que a veces recordaba las trincheras alemanas.
En los hechos, todos temían el celo
con que alimentaba la caldera.
El senor Pencel, un arquetipo de la mesura intrascendente,
y su hija, salida de un Degas, inmerecidamente etérea.
Luego los Fuchs, con un número indeterminado de hijos,
y los Bourbon, una trilogía de boxers
aparentemente próspera.
Los Einsenstein, y aquella madre con aspecto de Treblinka;
acaso la única familia del consorcio más escandalosa que la nuestra.
El Sr. Maniglia tenía un rito particular:
cuando se le escapaba un pájaro de alguna jaula,
ponía un cebo en la vereda de enfrente
y esperaba hasta que se acercase, las horas que fuera.
Entonces le pegaba un tiro.
Un edificio que nunca
termina de derrumbarse.

Arañas

Mientras no se excedan de tamaño y de costumbres,
les permito habitar en las vigas del techo, la baulera del placard,
algunos rincones del baño, el espacio detrás de la heladera,
el área de las patas, debajo de la cama.

No me gustan particularmente, no me molestan.
Las uso para pensar en lo diverso y lo efímero.
A veces me cambia el humor y las mato
sin remordimiento. Mi espanto
no es de este mundo.

Outremer

Calcinémonos bajo este sol impiadoso,
huraños, malolientes;
marchemos agotados padeciendo el frío de la noche,
dejemos las heces a nuestro paso
y arrasemos las aldeas,
violemos a las mujeres pensando en nuestras esposas,
robemos el agua y la comida y el licor y la hacienda,
sepamos
que el tiempo hace gestas con estas inmundicias
y que hablarán de nosotros con la pompa de los claustros.

Walden

I.  Dejo el bosque definitivamente
para volver a las construcciones humanas.
El silencio también
engendra peste.

II.  La realidad se vuelve más sospechable y fragmentaria
cada invierno.
Ordeno palabras, pulcra, pasivamente.
La primera persona del plural
me parece por momentos un abuso.

III. Cada vez más
aspiro únicamente
a las buenas imitaciones.

Los verbos empiezan
a conjugarse en pasado.

Upper west side
a  M. D.

Después de la ciudad está el museo.
Los dioses me hablaron: las máscaras,

las armaduras, las hojas de palma. 
Las columnas y las ánforas me hablaron:

La cerámica, el granito, los bustos reconstruidos,
los ojos huecos

el tiempo curvado como una espiga.
La seda y la filigrana y las ceremonias me hablaron:

el roble que permanece,
la tarde y el cuerpo avanzando hacia la noche.

No la dejes ir -me decían- no la dejes ir.
     

Domingo de padre

Estamos los cuatro mirando televisión.
Pompeya se mezcla con los restos del almuerzo
enfriándose en la mesa.
En una pausa, les hablo de los volcanes y les cuento que Arshes
veranea en Santorino, la Atlántida misma, dicen.
Nicolás abre los ojos. Ana cambia de canal. Lucía retira los platos
y pone agua para el café.
A lo largo de la tarde haré bromas, comentaré cosas por decir algo.
Después se irán.
Por suerte, lo ignoran. Cada domingo que vienen,
cada día que transcurre, fugaz e insuficiente,
solo construyo una parte de sus recuerdos.
………………………

GERARDO GAMBOLINI
Buenos Aires, 1955. Poeta y traductor. Ha publicado Faro vacío (1983), Atila y otros poemas (2000) y matiene inédito Arañas. Ha traducido, entre otros, a Dylan Thomas, Ezra Pound, T. S. Eliot. Con Jorge Fondebrider ha traducido y publicado varios volúmenes de literatura celta y una importante antología de poesía irlandesa contemporánea.

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