Fue Jorge Luis Borges quien inició, al menos en el Río de la Plata, el desprecio de las letras españolas modernas. Su estadía en España a fines de la Primera Guerra Mundial, antes de volver a la Argentina en 1921, lo decepcionó. Los intelectuales españoles no compartían sus lecturas y entusiasmos, y le parecieron al joven Borges, por lo general, engreídos y banales: "Se habían propuesto renovar la literatura", contará en su Autobiografía, "una rama de las artes de la cual poco sabían". De los poetas españoles, casi sin excepción, se burlará más tarde con variable ingenio: de Federico García Lorca dirá que era "un andaluz profesional"; de Antonio Machado, "¡ah, no sabía que Manuel tuviese un hermano!"; de Gerardo Diego, "en qué quedamos ¿Gerardo o Diego?"; de Juan Ramón Jiménez y su asno Platero, "eran almas gemelas". Mi generación aceptó su veredicto. Sólo cuando empezaron a aparecer en Buenos Aires los nuevos poetas en Losada y los nuevos novelistas en Seix Barral, nos atrevimos, tímidamente, a contradecir al maestro.
Mis compañeros de clase y yo descubrimos a José Agustín Goytisolo en una antología de poesía española contemporánea que uno de nuestros profesores nos incitó a leer. Creo que los poemas elegidos pertenecían al libro Claridad que Goytisolo publicó en 1961, poemas que recobraban la infancia del niño-poeta y su temprano descubrimiento del "amor / de lo perecedero": la madre tan amada de cuya muerte no se consolaría nunca, el padre que lo hacía sentir como un intruso, la escuela en la que los maestros "predicaban miedo" convirtiéndolo así en "un niño / solo; mentido / y solo; amordazado / y frío buceando / en el pozo". (Décadas más tarde, en uno de sus mejores libros, Como los trenes de la noche, de 1994, repetirá la confesión: "Viste que nada era durable / desde muy niño... Pero tú / aprendiste de la flor única / el amor de lo que perece / y la herida de lo que ha muerto").
Para nosotros, adolescentes, los versos de Goytisolo definían un estado de ánimo bien conocido, esa entrada al mundo adulto que simultáneamente anhelábamos y temíamos. Nuestro también era su imposible deseo:
¡Ah, si todo pudiera
comenzar otra vez
de un solo golpe; de una sola
pura y simple palabra!
Pero fue con la aparición de Algo sucede en una descolorida edición de Ciencia Nueva que el poeta intimista que nos gustaba púdicamente se nos reveló (o más bien, imaginamos que se nos revelaba) camarada de aquellos otros que recitábamos en torno a las fogatas de campamento: Miguel Hernández, Rafael Alberti, Blas de Otero. Goytisolo no se convirtió nunca, para nosotros, en un clásico como Luis Cernuda o Jaime Gil de Biedma, pero fue, a lo largo de nuestras vidas lectoras, una voz amiga, un poeta que nos daba palabras para nombrar ocasionales desazones y epifanías. "Devolvamos / las palabras reunidas / a sus dueños auténticos", era una versión militante del "renovar las palabras de la tribu" que sin duda hubiese sorprendido a Mallarmé. Aun los versos más leves nos llamaban la atención, ya que leíamos en ellos un anunciado llamado a las armas:
Por mi mala cabeza
yo me puse a escribir.
Otro por mucho menos
se hace Guarda Civil.
Como en sus libros futuros, ya en éste Goytisolo demostraba un cierto gusto por la palabra pedestre y al mismo tiempo, milagrosamente inspirada. Decir: "Se amaban en silencio / como cumpliendo un gran ritual. / Sus vidas eran diferentes. Pero / algo muy fuerte los unía: algo / que quedaba cumplido en sus abrazos" es de una simplicidad casi inútil. Y sin embargo, la noción del amor ritualizado, del abrazo como ceremonia, es una revelación que un cierto pudor poético parece impedir cuajar en palabras más enérgicas. Esta disputa entre expresión e iluminación (constatamos luego) es frecuente en toda la obra de Goytisolo.
Es quizás en el célebre Palabras para Julia de 1980 que Goytisolo alcanzó la mayor maestría de su voz. El poema que da su título a este volumen elegiaco trata, como se sabe, de la trágica muerte de su madre. "Tu destino está en los demás", le dice, ofreciéndole la consolación que siempre damos a quien amamos y perdemos. A la elegía por su madre siguen poemas que tildábamos hace dos décadas de "comprometidos" y que sin embargo nos conmovían. "La libertad hay que inventarla siempre", leíamos del otro lado del Atlántico, sabiendo perfectamente cuáles son las consecuencias de no seguir esta advertencia. Y un poema escrito casi veinte años más tarde, en 1996, Las horas quemadas (que es también su último libro), insiste con implacable lucidez: "Lamentar el pasado nada cambia: / ni el olvido ni el daño ni el rencor".
En 1978, un año después de publicar Taller de arquitectura, Goytisolo cumplió cincuenta años y de hacedor de versos familiares y políticos pasó a ser poeta de la naturaleza, del mundo que llamó, con adjetivo exacto, "permanente". Montes y carreteras, palomas y codornices, lechuzas y gavilanes, la hierba y el agua, el otoño, poblarán su geografía poética. Y siempre, por encima de todo, siguió escribiendo poesía amorosa de una extraordinaria y original delicadeza. El lector del Goytisolo maduro sospecha que el poeta propone y puebla el paisaje para luego perseguir en él su propia persecución amorosa. "En lugares perdidos / contra toda esperanza / te buscaba... / Y cuando el desaliento / me pedía volver / te encontré". Más tarde, el terreno de caza será también su ciudad, Barcelona, a la que dedicará en 1993 una Novíssima oda a Barcelona.
La edición de la poesía completa de Goytisolo que ahora, con la gratitud de sus lectores, propone la editorial Lumen, es ejemplar. Carme Riera y Ramón García Mateos han cumplido no sólo una labor crítica impecable, corrigiendo errores ortográficos y erratas de impresión de los que pecaban las ediciones anteriores, y cotejando minuciosamente las diversas versiones de los poemas (Goytisolo fue hasta el fin un revisador irredimible), sino que también han sabido presentar al poeta de forma cabal, iluminadora y convincente. No hay en su prólogo ni el más tímido dejo de teoría académica: la lectura que hacen ambos eruditos es la de historiadores que no condescienden al chismorreo, y de inteligentes amantes de poesía cuya intuición crítica les permite aclarar pasajes difíciles y sugerir interpretaciones de útil originalidad. También han decidido sabiamente cerrar este inmenso volumen de casi mil páginas con dos textos escritos por Goytisolo para el cantante Paco Ibáñez. El primer verso de La voz y la palabra resume, a pesar de la desilusión y la tristeza que destilan casi todos los poemas precedentes, lo que sospechamos fue la íntima, última, verdadera convicción del poeta: "Tienes tu parte en la felicidad". Sin duda alguna, los lectores de José Agustín Goytisolo así lo creen. -
J. A. Goytisolo. Edición y prólogo de Carme Riera. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2009. 360 páginas. 29 euros.
El Pais, 21/03/2009