Las zorras, en la tradición del recibidor, se sientan y ofrecen refugio al desertor, al vagabundo y al extraño. Yo recorro el ardor del deseo y la encarnación de los humores corporales para que la reina de la noche esté segura de mis atributos la reina de la noche. Una espera confusa en la soledad del oro y en el colofón de los sueños, pero el tedio no alcanzará mis instrumentos. Las zorras son el anhelo de los cardiópatas y el paraíso del solitario. Se dijo que soy el emisario de los yugos para el paraíso del cuerpo; se mezclan en mis entrañas la fetua del ataque y la ley de la huida; azafrán errante en el puchero del amor, me hice pasar por lobo y en mi cuerpo se hicieron pedazos los animales del bosque; las sirvientas acuden a mi alcoba en la madrugada de cada texto; etéreas en los sueños adornan mis pesadillas. Me cercioré de su seducción, pero, ¿quién osa evitar el deseo de las licántropas? He sido impertinente con su jugo oculto y he encendido con su nevada el escondite de las mujeres respetables; me revolqué en la espera de los gérmenes que se producen en el barro de Dios como hongos heroicos.
Yo era el pie descalzo, era la astilla del corazón rabioso, el clavo de la puerta extraviado en la flor del pecho, la pregunta eléctrica, el sollozo del abecedario, la herencia de los libros, la dificultad del pan para la familia, el hierro que deshonra la noche, el marfil de la castidad temeroso de las blasfemias, la pasión ligera, el amuleto y el silencio de la gente, el apacible, el salvaje y el doméstico, el sueño en su noche de éter. Y, me protegía de la garra con el colmillo, encendía el candil de la casa para que no fallara la sorpresa del amigo, lustraba mis dos muñecas con el metal de la cautela, inquietaba a la vigilancia del enemigo, me frotaba el talón contra la piel del caballo, escogía la garganta para el filo del cuchillo, caminaba sobre lo pegajoso, fluido, colgante y tembloroso, me encendía en la paja y sembraba en la sal, levantaba mis pies de una red y los colocaba en una trampa, y me trasladaba, me escondía, me intercambiaba, me transformaba, me las ingeniaba, me salvaba; moría, mejoraba, me convulsionaba, me sofocaba; devoraba, perecía, manifestaba, me dejaba arrastrar, me perpetuaba, me enfermaba, me mudaba, me avergonzaba; fornicaba, desfloraba, desvirgaba, me convertía en semental, volvía en mí, me asociaba, me separaba, me rompía en pedazos, me presentaba, me aislaba, me desplomaba, me arriesgaba, tenía miedo, aullaba, lobeaba, me amansaba, me espantaba, me confinaba, pedía ayuda, me manifestaba, me lamentaba, sollozaba, gritaba, chillaba, lloraba, desvariaba, golpeaba, guerreaba, me dañaba y entonces gritaba, me arrebatan, me dañaba y entonces gritaba, desvariaba y me dañaba, desvariaba, me dañaba, desvariaba, me dañaba, dañaba, dañaba, dañaba…
Y heme aquí contando cachorros y acariciándolos imaginándome que son mis triunfos. Las zorras riñéndose se identifican con la castidad y anuncian una calma que alarma al corazón y, así, los caminantes se vuelven locos por ellas. Entre estas y los animales existe la sospecha de los domesticados y la pasión por el lujo.
Me alcanzó lo que muerde al lobo en presencia de la reina:
pasmo en las arterias
alegría en la cámara de la memoria.
y una posesión como hechizo que se lleva a la víctima.
Quién permanece en la cama de una ninfómana mientras ella recorre la distancia entre el dormir y el poder; quién es el intransigente de cuerpo valiente y camino brillante que ataca y es seducido, que se une al errante como el agua del horizonte que se une al azogue del espejismo. Coloqué los miembros en el placer feroz y me transformé en garras creyendo que eran la seda. Fui al frente del batallón de caballería para ganar la Rosa de la Reina y las zorras serviles ponían en libertad sus espejos tras de mí mientras yo forzaba el cerco armado hasta los dientes con los sentimientos de los muertos y la embajadora de los lobos me elegía concediéndole al metal la pasión del disparo y el proyectil. Un tipo como yo, con quien se aislaron los libros y de quien se enamoró locamente la locura, no se salva de la traición del recibidor desbordado de la noche. Me persiguió el guardián del Creador desde el primer libro, desde los pabellones de las oscuras bibliotecas, desde las habitaciones cerradas, desde las criaturas de mayor belleza, hosquedad y ofensiva, desde la silla y la mesa, desde el agua en su lugar natural, desde el nevoso febrero, desde el último agosto, desde la entrevista aplazada, desde las zorras, desde los amigos, desde los confines de una mujer en su espera, desde la puerta de la aventura, desde el suspiro del pecho, del tigre y de la somnolencia de los dioses a causa de los fragmentos proyectados por asustados pies, desde el sueño, la muerte y las pesadillas, desde el corazón y el Día de la Resurrección, desde la forma del habla, desde el siervo de los esclavos, desde el sexo de las células, desde el hierro y el oro, desde la ira del delirio, desde el solitario solo, desde que deliré y acabé, desde que se me concedió el amor y tomé lo que deseaba.
Me persiguieron el Creador y la criatura, hasta que llegué con los músculos agotados y desbordando angustia, colocando mi cuerpo en el balcón de la horca y descubriendo que a lo largo de esta noche no llegaría más lejos que una vida llena de lácteos. Las zorras, sirvientas de la loba regia, las zorras esplendorosas de bello aspecto entran donde estoy y moran conmigo; me asustan, toman mi corazón como desayuno engañado por ellas con sus velos de piel de oro y, entonces, las tomo por candiles de la velada y botellas de vinos nobles que el guardián del vino y portero de la habitación real regala a mi cuerpo.
No tendré más remedio que crecer en la noche de los turnos para que sumerja mis cuatro humores en la tensión del arco. Me mofo de la aventura de las abejas y elogio al suspiro de la miel.
Por qué solo ahora ustedes abren ante mí los libros y se precipitan sobre mí como si yo fuese el único muerto retirado en presencia de la sangre. Un olor puro asciende desde la quermés del alma cada vez que se pulveriza el fango de los procesos jurídicos; elevan sus jueces y tribunales venerados y yo desde el decreto real finalizo mi sarcasmo.
No están menos inmersos en la sangre; yo soy quien ofreció su cuerpo al deleite de la revelación y lo anunció en voz alta como si imitase la locura de la culminación; tejían trampas en la oscuridad del recibidor y empujaban a mis descendientes hacia una noche cuyos muebles son de melancolía, donde la fosa no da para más de un solo cadáver y un féretro galopante en su lecho último. La desconfianza me hizo huir del sollozo de los antropófagos.
Ahora, ustedes acuden para ofrecer suss oraciones fúnebres.
Ahora, perciben las ruinas de mi sangre y profieren ante mi cadáver el himno de la ruindad.
Ahora, designan un puerto para cada mujer navegante y preparan mis sueños para sus insectos de cobre.
Ahora.
¿Cómo salvarán al funeral con el hierro de la degollación? Esquivan el fuego de las naves, a la expectativa, acechadas por los tiburones que saltan, saltan y vigilan las costas.
Se me dijo en un viaje: te enseñamos el ahogamiento antes que el mar.
Yo chapoteaba en el azogue del sueño, miraba hacia el mar, lo abandonaba para volver a él con la ilusión con que se hace un paseo.
Oración fúnebre representada,
y mientras ustedes se amontonan en la inocencia de los zorros y la fanfarronería de las hienas,
no soy más que una visión errante.
Me obstiné en tomar la apariencia del adivino ciego. En este momento les convendría librarnos de la voz de los cementerios. Brillan merced a las pesadillas y a las calamidades que inundaron mi cuerpo de lágrimas durante toda la noche.
Les ha llegado la hora de ascender cada vez más con la vista.
Salgo del proceso en un rebaño de antílopes anunciando que ellos son mi venganza.
Me aparto de ustedes como el súbdito que pierde a su rey sin ningún arrepentimiento.
(De La tumba de Qassim, 1997)
(Traducción del árabe de Laroussi Haidar; revisión de R.S.)