Mohammed Afifi
Una herida abierta desde su rótula, vasta como el viento
Y horizontes que vierten primaveras de sangre revelando palmeras y pájaros.
Paz que perdura hasta caer la noche... Paz
Las mujeres del río se levantan:
Tobilleras de hierba entretejen cintas de
Cieno y plata, deseo humedecido por la espuma del agua;
Las mujeres del río convocan a los pájaros,
Con chales frotan el cristal del horizonte.
Lamentándose, esparcen tibias congojas.
Paz, que perdura hasta caer la noche... Paz.
Los campos doblaron sus rodillas.
Las rejas del arado, fundidas se extendieron.
Dormían las serpientes.
Sudarios de paz se apilaban: suave heno y plumaje
Los toros, en pie, dormitaban
En sus ausentes ojos fosfóricos, palidecían las estrellas de la noche.
Paz; esa máscara de noche piadosa.
Lo viviente medio despertaba, lo mortal medio dormía.
Esta tierra parecía vacía.
Cuando fue recitada la plegaria nocturna y advinieron los ángeles del sueño,
Cuando duerme como el sol levantado con su verde radiante de renacimiento, su signo
de iluminación.
Entonces, por su gracia, me arrojé a las diurnas orillas y abrí una ventana en la mitad
mortal;
me envolví en la mitad viviente y la visión irrumpió:
Me alejé de los límites de las sábanas y del perfume de las almohadas.
¿Habrán dejado los cobertores sus audaces designios arbóreos en mi rostro?
Mi rostro se transformó en hojas al vuelo, frutos caídos, vástagos nacientes.
Una yegua imperial irrumpió en casa de mi padre:
El espacio se doblegó ante ella.
La plata, los relámpagos de sus cascos son las luces de Granada y aquellas tierras
más allá del río.
El mercurio y el alcohol del espejo de sus ojos, una hoguera de escombros reales.
Mi forma flota desde el cuerpo de mi sueño. Fosforezco.
Árboles se extienden como trazos sobre mi rostro,
Frescas lágrimas verdes imprimen primaveras y aguas crecientes en mis facciones
Mi forma flota desde el cuerpo de mi sueño:
La estrella Canopies parece una flor trémula en la grieta del corazón.
La oscura sangre de las primaveras de la vida se ha perdido. Surgen caballos desde
el Amma del libro,
Se expande la circunferencia de la tierra.
La paz perdura hasta el amanecer... La paz.
Mis rodillas accedieron a la morada en los anaqueles del horizonte.
En mi rostro se agolpan relámpagos de escritura, hojas verdes y agua.
(Las cartas, una nación entre naciones, se encomiendan, dirigidas.)
Los pájaros irrumpen desde el domo del viento como irrumpe un manantial.
Recuerdo... es éste el diván del horizonte.
Mi cuerpo es un pabellón. Reino en algo que no es mío ni de otros.
Recuerdo... en lo profundo de mí corre un río de imágenes vivientes;
Y las primaveras juguetean a mi gusto.
Recuerdo... el globo terráqueo se aproximaba y los cielos vinieron a mí,
intercambiando vestimentas.
La mezcla de criaturas de la memoria y el matrimonio de lo no masculino
con lo femenino;
de lo no femenino con lo masculino,
y las alegrías de los poderes terrenales
Me dieron la fuerza para conjurar con las fuentes de fragmentadas imágenes
de la memoria.
Conjuré delicadezas, imágenes y cantos como quise.
La pausa en el Ser del Libro perenne.
La alegría se llenó de tiernas preguntas,
Y el follaje del rostro goteó con húmedos temores
Y los brotes de intrincados descubrimientos.
Supe que seguía el sendero de la Ascensión. Mi morada es la última certeza.
La circunferencia de la tierra se expande.
Los cielos surgen como vestiduras que desgarran
La gastada línea del río viviente,
Bajo las vestiduras de los océanos una ventana abre sus puertas.
Los Sabios Orientales, los Herméticos y los Gnósticos participan del banquete del
diálogo luminoso.
Al-Suhrawardi respira en la plenitud del espacio, reparte el pan
y el plateado pez del Nilo. Cena en la plenitud de la anarquía
y bebe en la profusa emanación de lo incesante.
Los Herméticos tejen la capa de cantos y encantamientos.
La despliegan para la noble tribu, las bestias y los pájaros, como descanso,
cubren el espacio para iniciadas y limitadas criaturas
dos, tres, cuatro veces y por encima del último número que pueda
la memoria retener.
Erigiéndose desde el sueño las mujeres del río develan bronceadas piernas,
cieno y hierba terrosa.
La paz perdura hasta el amanecer... La paz.
Una yegua relincha en la casa de mi padre.
La casa de mi padre es un nómada en el cuerpo de mi sueño.
Los dos Éufrates leen algo así como un libro de sangre naciente y el Nilo es un libro.
El Océano arranca las vestiduras de sangre difusa.
Entonces el desierto se reviste, la extensa tierra y las cuarteadas
ruinas son adornadas por el resplendor del relámpago
por la verde vida del fuego.
Con guantes púrpura y medias femeninas de oro en filigrana
el sol penetra los flancos de la noche.
Sale y se oculta
Desciende con el murmullo de las sabandijas, el tintineo
de los insectos, con el deslizarse de
los reptiles.
Los pasos se acortan.
Yo me fustigo en los andrajos del medio día.
El aroma del sueño nocturno respira
Y las pesadas frazadas de lana se levantan.
Colapsan los húmedos cobertores de algodón.
Paz, una araña sangrienta revestida de rasgos similares a la Paz.
El agua mana del cuerpo.
La memoria mana del agua.
-Al-Suhrawardi: Shihab al-Din Yahya ibn Habash fue un místico famoso de la segunda mitad del siglo doce, quien vivió en Bagdad y luego en Aleppo, donde estuvo bajo la protección de su virrey, a-Malik al-ahir, hijo del famoso Saladdin. Sin embargo, al-Zahir eventualmente le condenó a muerte cuando a al-Surawardi tenía tan sólo 36 años, por emplear su original misticismo, considerado sospechoso a ojos de los creyentes ortodoxos. Al Suhrawardi creía en la concordancia de todas las religiones y todas las filosofías, que convergían en una sola verdad. Fue estudioso de Grecia. Otro atributo de su obra fue su metafísica de la luz espiritual, la cual consideraba como un símbolo de emanación y como realidad fundamental de las cosas. Incluso basó su prueba de la existencia de Dios bajo este símbolo.
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Traducido del árabe al inglés por Ferial Gbazoul y Desmond OGrady
y del inglés al castellano por Carlos Bedoya