Traducción del árabe por: Fernando Juliá y Ahmad Yamani
A la luz brillante del sol de mediodía
al calor que llega para todos
hay quien no lo conoce, cruza la calle
o viene por la de al lado
en linea recta hacia ti
para clavarte sus uñas en la cara
El llanto por tu crueldad
no es peor que machacar tus huesos
o perder tu dentadura.
Mis soldados queridos
Planeo reclutar un ejército
que tenga brigadas, batallones y escuadrones.
que tenga estado mayor y columnas armadas.
un ejército repentino
de mendigos, viejos, locos y enfermos desesperados
que se burle en lugar de respetar,
se compadezca en vez de temer.
Este será el secreto de su fuerza.
Para ello guardaré la calderilla en mi bolsillo
y en la mano.
Y en el camino al ir o venir de casa,
iré arrojando rupias y trozos de pan
en manos de tullidos,
de mutilados,
de viejos,
de quien siempre está gritando,
de la mujer que llora,
de los mendigos que se esconden,
en las manos de los niños alquilados,
en las del viejo a quien escupen sus hijos,
de quien custodia lo sagrado,
del inmoral,
del ebrio,
de los ciegos dueños de perros y gatos.
Mis soldados queridos,
os reconciliaré
y os prepararé para una decisiva batalla
que ha de librarse
entre dos mundos,
entre dos vidas,
entre dos noches.
Recorro las calles buscándoles, enseñando sus fotos,
dándoles palmaditas en la espalda y sonrisas de ánimo;
no siento aversión por su suciedad,
no me molestan sus enfermedades ni sus bichos.
Beso sus cicatrices y sus taras con los ojos inundados de lágrimas
e imagino se proclama una nueva paz nacional;
Ellos detrás de mí, y yo vistiendo mi uniforme militar engalanado,
con todas las condecoraciones y medallas en cada pueblo nuevo al que entramos,
en cada plaza que cercamos con nuestros cuchillos, palos y
con nuestra hambre,
en cada puente que cerramos con nuestras barreras
imponiendo nuestros impuestos y ocupándonos de todo.
Estación de autobús
Padre mío,
¿Por qué nos pega el policía?
¿Dónde están nuestras manos para blandir los cuchillos?
¿Dónde están nuestras piernas para pensar en escapar?
¿Es necesario que vivamos aterrados?
Mi padre mueve la cabeza contestando
y muere.
Amor mío, ojos preciosos,
no odies nuestro poblado callejón,
ni las zanjas en que se cuelan nuestros pies.
No odies a los niños que se comen las moscas
y les guían los perros perdidos.
De repente un policía come los labios de mi chica,
después sus ojos preciosos, su pecho,
su nariz, sus piernas, sus nalgas,...
Ya no queda nadie más en la estación del autobus, salvo yo
con la ropa de mi chica
y el aire la mueve para atrás y para delante.