Del libro Under hundestjernen (Bajo la constelación del Can, 1997)
De ésta no te escapas
Todos quieren llegar a ser alguien, incluso
yo. Entonces hice mis maletas.
Cada piedrecilla, dice el monje, contiene un sinfín
de granos cayendo con violencia,
y cada grano un mar cantado a quien sepa escuchar.
Yo intenté comprobarlo... Creo
que creía en eso demasiado poco...
y sólo tengo pocas ganas de imaginarme cómo acabará
todo eso: la pieza teatral sobre lo Irreversible
pasando el buffet de las mascaradas donde yo soy
la cometa de papel en llamas
que un demonio furibundo va tirando tras de sí.
El lenguaje de aquí que no entiendo del todo fustiga
como sal mientras la cometa
está a punto de consumirse como todo lo que brilla en la noche.
Carta de un turista
Busco el lugar perfecto en la casa,
y sin parar corro por todo el barrio
en pos de la blanca habitación de viento suave
que he perseguido toda mi vida.
Libre soy de abordar un barril
y de quebrarme bajo el botón de la Cruz del Sur hacia alguna
isla guanera saqueada en el océano de carbón...
Atado así en el dilema
que sólo aumenta la tensión de la esfera
entre la condición básica de la célula
y el espacio azul del ave;
y con todo lo que hoy sabemos el silencio es
por cierto lo más próximo
Si la flecha
no apunta a lo más lejano,
y no existe un centro
sino aire y tierra, seres, agua
e incluso hombres
cuando otro hombre lleva un tajo en la ceja
y una condena entre las rejas y la eternidad,
entonces resulta casi imposible no caer
en una espectacular indiferencia,
como si no valiese la pena
porque la vergüenza nos sobreviviría,
?y los cisnes cuando pasan cantando frente al Café Francés,
y el elefante que hace mutis, el impala, la jirafa, el avestruz,
y la palabra
cuando ya no tiene eco en nuestro escepticismo?
En algún lugar de Zimbabwe alguien intenta despertar
a un espíritu dormido.
Un remolino de banshees sobre el Kalahari de la catatonía
demonios de polvo en plena danza
y el rinoceronte surge entre una nube de garzas,
mientras al aire lo perforan balas
el baobab se arranca él mismo las raíces
porque ahora quiere marcharse.
Porque yo también soy un forastero
y tú en tu propio país huyes de algo maligno en la tierra,
refugiado
bajo el sol
que cada mañana derrama sus cartas de luz
visto desde la cima de la libertad
durante todo el día
por debajo de las puertas de acero
retorciendo con su calor los platos de hojalata.
Aquí abajo
empezamos a soñar
aún más cuando la noche llega a rastras
aún más en el invierno fantaseamos
aún más cuando se hace más tarde
y nos damos cuenta de que es demasiado tarde
para todas esas fantasmagorías
aquí con la soga al cuello
y el costal en la cabeza
y cuando la tierra en un instante
es retirada de nuestros pies.
Despertado por gritos lúbricos
me levanté abruptamente de mi lecho, me deslicé
hacia el umbral entre la noche interior y la burbujeante
neblina de la mañana, y avizoré
el hormigueo de la gente que sube desde el lago
y enciende pequeñas fogatas azules
en los ojos de los vagos que se allegan de los sombríos
puntos cardinales.
Todo se reduce
a esa espera
en el umbral...
Y los vagos, lanzándose al baile en torno a las fogatas azules
de sus ojos, vacían las botellas hasta la última gota, realizando ofrendas
a la gente hormigueante.
Y yo
en el umbral
con el pulso en el oído, amarrado a un palo como un chivo en celo.
Traducciones de Thomas Boberg y Renato Sandoval
Thomas Boberg nació en Dinamarca en 1960 y es uno de los más destacados poetas de la poesía danesa contemporánea. Su primer libro Hvae sen de pa mit o je kast, lo publicó a los 24 años. Otros de sus libros editados: Ud af mit liv (1984); Hvid glod (1986); Slaggeddyret (1987); Vor tids historie (1989); Digte 1990 (1990); Marionetdromme (1991) y Vandbaerere (Portadoras de Agua, 1993, editado en Perú, Editorial Nido de Cuervos, Lima, con la traducción del autor y de Renato Sandoval).
(Traducción del danés de
Thomas Boberg y
Renato Sandoval )
De libro Under hundestjernen
(Bajo la constelación del Can 1997)
Todos quieren llegar a ser alguien, incluso
yo. Entonces hice mis maletas.
Cada piedrecilla, dice el monje, contiene un sinfín
de granos cayendo con violencia,
y cada grano un mar cantado a quien sepa escuchar.
Yo intenté comprobarlo... Creo
que creía en eso demasiado poco...
y sólo tengo pocas ganas de imaginarme cómo acabará
todo eso: la pieza teatral sobre lo Irreversible
pasando el buffet de las mascaradas donde yo soy
la cometa de papel en llamas
que un demonio furibundo va tirando tras de sí.
El lenguaje de aquí que no entiendo del todo fustiga
como sal mientras la cometa
está a punto de consumirse como todo lo que brilla en la noche.
En el sendero detrás del cementerio
por donde yo corría
pasando por el asilo de ciegos
con un gato muerto entre los brazos, yendo hacia la capilla
la primavera se despertaba. Nevaba.
El sendero
parecía interminable, sesgado y azulflameado
por la ruda sombra
del miedo de mi infancia, arrojado contra las ruinosas vallas.
En la ventana vi al ciego
despertarse con los pesados copos en sus párpados,
en el cementerio a un vagabundo
buscando un atajo hacia su casa.
Vi siluetas por doquier
y oí el murmullo de la tierra.
Cuando alzaba la mirada, me daba con la luna genuflexa;
luego se instalaron las constelaciones,
y ahí también había vida
y cosas que se perdían.
Enterré al gato a los pies de un ángel,
presioné el puño hasta sangrar contra la pared de la capilla
y huí caminando.
Al final se encendieron las nubes.
Se apagaron los faroles.
La nieve despertó mis ojos.
Me levanté y fui a la ventana.
El hielo de la primavera flotaba en las calles
y entré por la puerta recién cerrada.
MENTIRAS DEL VERANO TARDÍO
El aire de agosto sorprende por su silencio de voces.
No son solo los insectos o los murciélagos
bajo las imágenes que ustedes tratan de descifrar
esforzándose por no descubrir
los deseos que los disparos mudos llevan consigo.
Si escucharas en los rieles aún calientes
oirías al tren acercarse desde el tiempo que se fue,
pero ni siquiera llegarías a recoger la moneda arrollada.
Las bayas de nieve te llevan a parques de la ciudad
donde caminas alrededor del tótem de la neurosis;
más tarde conoces a alguien que todo lo concentra, y te arrebata
de cualquier otra acción,
acercándote al instante donde recuerdo y olvido
se funden en el ojo de la lupa;
más tarde en agosto hacemos una fogata de nuestras cartas,
grotescamente nos reímos, deambulamos hacia el barranco, el junco,
los pantanos se asoman por la neblina de la mañana
que esconde el puente por donde tú apareces.
No es que yo quiera volver a lo ya definido
aunque se recree dulcemente en el espejo retrovisor,
pues ahora desata un reflejo como un pétalo
esculpido en la luz de un atardecer que veo aquí por primera vez.
Los cables tendidos de poste a poste vibran con voces
viajeras en medio del alto verano negro
y se unen en una sola cayendo aquí:
La moneda hundida en la vía láctea del pozo;
tú que pediste un deseo
y no pudiste guardar el secreto.
El pensamiento se abate contra los ángulos de la ventisca
y la lluvia es una piel de fuego gris sobre el golfo.
Siento ajustarse esa cuerda
que me ata al otoño que desciende
y que me tira hacia el vetusto barrio:
El primer día busco el espacio riguroso,
en el corazón del edificio silencioso.
Al segundo día yo atrapo al sentimiento,
sujetándome a la cuerda,
la hoja cayendo en círculos dentro de un círculo,
hasta darme contra el fondo del barrio
en un mar de hojarasca.
Al tercer día estoy sentado en el borde del tejado,
con octubre en la panza,
y la larga vigilia de un ojo hostil
buscando en lo gris todo lo que brilla.
No es que tengas que manifestarte, sino que venga
a ti, sin vergüenza,
como de la nada,
desde el otro lado,
y éste, el oscuro,
arde, tintineando, hasta que la luz brota,
y sabes que ya llegó la hora,
y no es historia, herencia
y viejas y amargas deudas
entre tú y un fantasma,
entre el fantasma y una mano amputada
que se contrae en una tumba que nadie sabe ya dónde está,
no la dura nuez
que salta de tu bolsillo hacia un hoyo y susurra
ahora tienes que seguirme,
no la pesadez de la industria
ni la aureola de los faroles que parece atrapar cada silueta
en una horca en un día de otoño
que ya pasaste,
no en un día cuando la tensa cuerda libera un colibrí,
o que tú dirías sí abrazando
el vacío como a ti mismo lejos del otro
que te había buscado en todos los cafés, en todos los corredores,
en todas las habitaciones
mientras buscabas...
Esa cruz que tú ves,
colgando en la profunda quebrada entre dos húmedas montañas
que tiemblan suavemente ante el paso de la diosa a través de la primavera
y te convoca,
no tiene nada que ver aquella otra que arroja su sombra sobre los ausentes
en la oscura loma
a donde regresarás una noche
quién sabe cuándo,
no es si de pronto
te pusiera a bailar
valdrías más
que aquel
con la forma de un perro saltando a través del cero
ardiendo con el fuego del mundo
y sólo el perro junto al container
ve los rieles en diciembre,
... pero esto,
la sensación de llegar al mediodía,
es alta y perfecta
como la forma del fuego
o del halcón
sobrevolando un campo
con un millón de tréboles,
y caes
feliz
ignorando todo lo olvidado que sucede,
horizontalmente, despojado,
y una perla de sudor te hace guiños
desde una agitada cruz
que entre dos montañas se estremece sobre la hierba...
Busco
el lugar perfecto en la casa,
y sin parar corro por todo el barrio
en pos de la blanca habitación de viento suave
que he perseguido toda mi vida.
Libre soy de abordar un barril
y de quebrarme bajo el botón de la Cruz del Sur hacia alguna
isla guanera saqueada en el océano de carbón...
Atado así en el dilema
que sólo aumenta la tensión de la esfera
entre la condición básica de la célula
y el espacio azul del ave;
y con todo lo que hoy sabemos el silencio es
por cierto lo más próximo.
Si la flecha
no apunta a lo más lejano,
y no existe un centro
sino aire y tierra, seres, agua
e incluso hombres
cuando otro hombre lleva un tajo en la ceja
y una condena entre las rejas y la eternidad,
entonces resulta casi imposible no caer
en una espectacular indiferencia,
como si no valiese la pena
porque la vergüenza nos sobreviviría,
¿y los cisnes cuando pasan cantando frente al Café Francés,
y el elefante que hace mutis, el impala, la jirafa, el avestruz,
y la palabra
cuando ya no tiene eco en nuestro escepticismo?
En algún lugar de Zimbabwe alguien intenta despertar
a un espíritu dormido.
Un remolino de banshees sobre el Kalahari de la catatonía
demonios de polvo en plena danza
y el rinoceronte surge entre una nube de garzas,
mientras al aire lo perforan balas
el baobab se arranca él mismo las raíces
porque ahora quiere marcharse.
Porque yo también soy un forastero
y tú en tu propio país huyes de algo maligno en la tierra,
refugiado
bajo el sol
que cada mañana derrama sus cartas de luz
visto desde la cima de la libertad
durante todo el día
por debajo de las puertas de acero
retorciendo con su calor los platos de hojalata.
Aquí abajo
empezamos a soñar
aún más cuando la noche llega a rastras
aún más en el invierno fantaseamos
aún más cuando se hace más tarde
y nos damos cuenta de que es demasiado tarde
para todas esas fantasmagorías
aquí con la soga al cuello
y el costal en la cabeza
y cuando la tierra en un instante
es retirada de nuestros pies.
Las coincidencias no rastreables de la cadena del tiempo
quisieron que su traje fuera blanca.
Los jóvenes ni siquiera bajan por la noche
pero se quedan planeando en la corriente de aire,
descansando día a noche con las alas extendidas.
El vuelo sobre el océano
su lecho natural;
el hoyo entre el mar y el cielo
debe ser lo más próximo al equilibrio
al que aspira la imaginación.
Ningún suspiro de una tierra en constante transformación
le llega a su oído en el éter.
Aún el globo parece inmutable
azul, verde y callado como la esfera donde circula.
El ave blanca
ha sido creada para alzarse sobre la superficie
y las succionantes profundidades.
Cuando llega a la isla
desciende a su peña preferida.
Nosotros abajo
encadenados a la roca.
Ella arriba con su negra mirada
llena de viento y espacio;
y su traje blanco
extendiéndose en la envergadura más grande del mundo
cuando se arroja al cielo;
cada vez más lejos de nuestro Alcatraz.
Aunque la paloma desgreñada de la tristeza se encuentre en la ventana,
el café te levanta.
Hablan de dinero y de su procreación;
hablan de autos y mujeres, les llevan champán.
También el café se enfría como la paloma en la ventana y su ojo
haciendo guiños. El café
es un lago negro bebido hasta el fondo por la boca de la mudez.
Cuando a rastras llego a la orilla, los hombres ya se han marchado.
Y las mujeres se han ido contoneándose a sus oficinas, aquí queda
el aroma de perfumes y bisutería para dar fe
de la ausencia para la que ellas fueron creadas.
Han retirado la taza y el fondo de la taza, y en su lugar vacío
hay una nota pequeña: De aquí no hay escape.
Me precipito por la puerta de vidrio, ante la pálida sonrisa de la
recepcionista,
bajando, bajando por el corredor. Y todas las puertas
que yo no abro son testigos de los espacios que nunca veré;
y las habitaciones bajo llave saben del camino que no conoceré
antes de que se acabe. Piso
el último umbral a través de un follaje de rosas inodoras
guiándome hasta el interior de un espacio hacia el espejo del fondo
y succionándome como si yo antes hubiese estado aquí,
como si fuese el final que había estado buscando como yo a él
bajando por el sendero del vértigo de la repetición:
murmuran sobre dinero y la procreación del dinero, ofrecen órganos
y muchachos sin hogar.
Intercambian códigos y billetes, reparten jeringas.
Ahuyentan a las aves desgreñadas hacia las nubes mediocres.
Regresan a los niños con trapos y cuentas astronómicas.
Susurran en sus celulares.
Y la réplica oliendo a diamante con pezones de eternidad
yo la recuerdo, corre
corre al viento frente a los nichos, a las fechas y cruces,
frente a los cráneos y las vírgenes...
Comentan sobre el cemento y la potencia del cemento.
Ponen en circulación anuncios y urnas pequeñas.
Ella corre y corre y yo me ahogo en el grito, corro y me hundo.
Exigen oro que sepa parir.
Huyo hacia la hendidura en una lluvia blanca.
Erigimos castillos que se desploman, arrojamos
palabras hacia manos soñadas, escuchando, otra vez corriendo
y desaparecemos.
Despertado por gritos lúbricos
me levanté abruptamente de mi lecho, me deslicé
hacia el umbral entre la noche interior y la burbujeante
neblina de la mañana, y avizoré
el hormigueo de la gente que sube desde el lago
y enciende pequeñas fogatas azules
en los ojos de los vagos que se allegan de los sombríos
puntos cardinales.
Todo se reduce
a esa espera
en el umbral...
Y los vagos, lanzándose al baile en torno a las fogatas azules
de sus ojos, vacían las botellas hasta la última gota, realizando ofrendas
a la gente hormigueante.
Y yo
en el umbral
con el pulso en el oído, amarrado a un palo como un chivo en celo.
Sabiendo que la frase Todo es inútil
tiene su propio sitio en el penúltimo mes del año,
cuando los acorazados se dirigen hacia
el Mar Negro y las tormentas de nieve empiezan allí donde el cañón Bertha
los aguarda, modernizado y muy hambriento,
y ya se cumple el plazo para poner de cabeza
la palabra inútil, en medio del desorden general
como un faro que se bambolea en la punta del mar soberbio
de la humanidad;
y la imagen, colocada ahora como una brújula de todos los tiempos,
arrojada sobre el cielo interior... no obstante
llegan ellos equipados
con insuficiente información y comida enlatada para el nuevo año,
buscando huellas en la arena del Mar Negro, advierten
el ascenso de un sol manchado
y descubren ese nosotros solitario tiritando de frío,
como el perro que el viajero dejó atrás
en la orilla, y la palabra inútil,
cuando decirla es lo más adecuado, se abre
en una rosa grotesca, negra por el fuego que la consume.
Thomas Boberg: nació en Dinamarca en 1960 y es uno de los m? s destacados poetas de la poesía danesa contempor? nea. Su primer libro Hvae sen de pa mit o je kast, lo publicó a los 24 anos Otros de sus libros editados. Ud nfmit ? IV (1984); Hvidglod (1986); S? aggeddyret (1987); Vor tids historie (1989); Digte 1990 (1990); Marionetdromme (1991) y Vandbaerere (Portadoras de Agua, 1993, editado en Perú, Editorial Nido de Cuervos, Lima, con la traducción del autor y de Renato Sandoval). |