Ramala, enero 2.002
Aquí, en la ladera de las colinas, encarados al crepúsculo y al cañón del tiempo, cerca de los jardines de sombras quebradas,
hacemos lo que hacen los prisioneros, lo que hacen los parados: cultivamos la esperanza.
Un país que se prepara para el amanecer. Nos volvemos menos inteligentes porque acechamos el momento de la victoria: No hay noche en nuestra noche deslumbrada por el bombardeo. Velan nuestros enemigos y nuestros enemigos encienden para nosotros la luz en la oscuridad de los refugios.
Aquí ningún yo,
Aquí, Adán se acuerda del polvo con el que está hecho su barro.
En el umbral de la muerte, dice:
ya no me quedan más cicatrices por perder, libre soy rozando mi libertad. Mi futuro está en mi mano. Naceré libre, sin padres, y para mi nombre escogeré letras añiles...
Aquí, mientras se encarama el humo, en los peldaños de la casa, no hay tiempo para el tiempo. Nos pasa como los que elevan hacia Dios: no olvidamos el dolor.
Aquí nada nos recuerda a Homero.
Los mitos llaman a nuestras puertas, a la necesidad.
Aquí nada nos recuerda a Homero. Aquí, un general urga buscando un Estado dormido bajo las ruinas de una Troya futura.
Vosotros que os erguís en los umbrales, entrad, bebed con nosotros el café árabe, de nuevo sentiréis que sois hombres como nosotros, los que os erguís en los umbrales de las casas. Venid de nuestras mañanas ¡Nos tranquilizará ser hombres como vosotros!
Cuando los aviones desaparecen, vuelan las palomas, blancas, blancas, limpian las mejillas al cielo con alas libres, retoman el esplendor y la posesión del éter y del juego. Vuelan más alto, más alto las blancas, blancas palomas. Ah, si el cielo fuera real (me dijo un hombre que se escabulló entre dos bombas).
Los cipreses, tras los soldados, los minaretes protegen el cielo de la postración. Tras la hilera de hierro mean unos soldados - vigilados por un tanque - y el día otoñal acaba su paseo de oro en una amplia calle como una iglesia después de la misa dominical...
(A un asesino) Si hubieras contemplado el rostro de la víctima y reflexionado, te habrías acordado de tu madre en la cámara de gas, te hubieras liberado de las razones del fusil y habrías cambiando de opinión: no es así como se recobra una identidad.
La niebla es tinieblas, blancas, densas nieblas mondadas por la naranja y por la mujer llena de promesas.
El sitio es espera, la espera en una escala inclinada en mitad de la tormenta.
Solos, estamos solos hasta las heces si no fuera porque el arco iris nos visita.
Tras esta llanura tenemos hermanos. Buenos hermanos. Nos quieren. Nos miran y lloran. Después se dicen al oído: "ah, si este sitio fuera declarado..." No terminan la frase: "no nos dejéis solos, no nos dejéis".
Lo que perdemos: entre dos y ocho mártires cada día.
Y diez heridos.
Y veinte casas.
Y cincuenta olivos...
Y hay que añadir el error estructural que afectará al poema, a la obra de teatro y a la tela inacabada.
Una mujer ha dicho a la nube: como mi amante, porque mi ropa está empapada de su sangre. Si lluvia no eres amor mío sé árbol saciado de fertilidad, sé árbol si árbol no eres amor mío sé piedra saturada de humedad, sé piedra si piedra no eres amor mío sé luna en el sueño de la amada, sé luna (así habla una mujer a su hijo en su entierro)
Oh vigías! No estáis agotados de acechar la luz en nuestra sal y la incandescencia de la rosa en nuestra herida ¿No estás agotado vigía?
Un poco de este infinito absoluto azul bastaría
para aligerar la carga de nuestro tiempo
y para limpiar el lodo de este lugar.
Al sentimiento de descender de su montura y de caminar sobre sus pies de seda a mi lado, pero dándome la mano, como dos amigos de hace mucho tiempo,
que comparten el pan antiguo y el vaso de vino añejo
que atravesamos juntos este camino
después nuestros días tomarán diferentes caminos:
yo, más allá de la naturaleza; en cuanto a ella,
preferirá acurrucarse sobre una elevada peña.
Nos hemos sentado lejos de nuestros destinos
como los pájaros que anidan en los huecos de las estatuas,
o en las chimeneas,
o en las tiendas que fueron levantadas en el camino
cuando el príncipe iba de caza.
Sobre mis escombros empuja la verde sombra,
y el lobo dormita sobre la piel de mi cabra
sueña como yo, como el ángel que la vida está aquí... no allí.
Durante el estado de sitio el tiempo se torna espacio petrificado en su eternidad, durante el estado de sitio, el espacio se torna tiempo que ha faltado a su ayer y a su mañana.
Este mártir me rodea cada vez que apunto a un nuevo día y me pregunta: ¿dónde estabas? Retorna a los diccionarios todas las palabras que me has ofrecido y a los que duermen alivia del zumbido del eco.
El mártir me ilumina:
no he buscado más allá de la llanura a las vírgenes de la inmortalidad porque amo a la vida sobre la tierra, entre los pinos y las higueras, pero no puedo llegar allí,
por más que lo haya intentado con lo último que poseo:
la sangre en el cuerpo de lo azul.
El mártir me advierte:
no creas en sus juguetes,
padre, créeme cuando observa mi foto llorando
cuando has intercambiado nuestros papeles,
hijo mío y me has adelantado.
¡Yo delante, yo el primero!
El mártir me rodea: sólo he cambiado de lugar y mis viejos muebles. He tenido una gacela en mi lecho. Y una luna creciente en mi dedo, para aliviar mi pena.
El sitio durará
hasta que nos convenzan
que debemos escoger una servidumbre que no dañe,
¡con total libertad!
Resistir significa:
asegurar la salud del corazón y de los testículos,
y de tu terco mal:
el mal de la esperanza.
Y en lo que resta del amanecer, camino hacia lo externo a mí
y en lo que resta de la noche,
oigo el ruido de los pasos en mi honor.
Salud a quien comparte conmigo mi vaso en la espesor de una noche que desborda los dos lugares: salud a mi espectro.
Cada día mis amigos se disponen a prepararme una fiesta de despedida, una sepultura sosegada a la sombra de los castaños un epitafio en el mármol del tiempo y en los funerales siempre les precedo: ¿quién se ha muerto... quién?
La escritura, un cachorro que muerde la nada,
la escritura hiere sin mancha de sangre.
Nuestras tazas de café.
Los pájaros, los árboles verdes a la sobra azul,
el sol brinca de un muro a otro como una gacela
el agua en las nubes con la forma ilimitada
de lo que nos queda.
Del cielo.
Y de las otras cosas de los recuerdos en suspenso
revelan que esta mañana es poderosa,
espléndida
y que somos los invitados de la eternidad.
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POESÍA SALVAJE