Traducción de: Muhsin Al-Ramli
No quiero que el aula se llene con los nuevos;
sólo que disminuyan los presentes.
Quiero ser como el búho que calló
pretendiendo escucharse así a sí mismo.
Tengo que pensar en cómo ser rica,
rica del todo.
Quiero guardar las piedras
que me saludan burlando el camino.
El chico que está dibujado en mi camisa
se niega a subir conmigo al tejado de la casa.
Oh, padre mío, cuando cometas un crimen contra mí,
puedes pedirme prestado
el quitamanchas
y así borrarlo.
La flor vespertina
ha viajado con el olfato del aire
y me cambió por una muñeca silenciosa.
¿Seguiré aquel “yo” que he visto
en el espejo?
* * *
La flor vespertina
me pareció colgada por el destino de las arenas.
Los chicos hacen de ella un palacio
y el infierno mantiene un diálogo entre la muerte y yo;
una charla gris que sueño con abrazar,
como el deseo de la vida... por unos momentos.
Sueño en una huida con la que apuesto
una canción
a la flor vespertina que queda.
Sus ojos son negros.
El sombrero oculta sus párpados.
Sus labios son un lago lleno de peces
que se esconden en la arena.
Se sonríe
y me manda su señal.
Le envío una carta atada a la pata de una paloma,
que se marcha.
Abro el papel:
Nada, excepto su blancura.
Me pongo furiosa
y me pregunto: ¿quién es este hombre
que derramó el tintero del borrar
y se marchó?
Mona Kareem, de origen iraquí, nació en Kuwait en 1987. Publicó su primer poema cuando tenía diez años. Estos tres poemas han sido traducidos