No digas mañana
si adiós es un tiempo insomne,
la colina un alma ignota
que a duras penas
se yergue y expira,
un espolón alzado al viento
de las sombras primeras,
el río de un dios
azorado en la penumbra.
Cavo ahí
donde el aire se agosta,
el último bostezo
de una noche en cinta,
el pórtico de luz
suspendido entre la nada
y esa espuma que aprieta
al otro lado del día.
*
Compasión absoluta
al otro lado del estío;
una frente de sangre
ilumina la trocha
que hoy supura en el mar.
No temer, no
reír, no
callar el nombre constante
que ahora se desploma, recoger
con el párpado erudito
el sigilo de la hora, la caída
inconclusa de quien tanto
se escuece, no
reñir, no pacer, no
santificar al padre ni mentir,
nunca en la gloria, no
callar, no ver, ya no estar
aquí
no.
*
El plazo de los ojos
a la espera de la marejada
y con ella sal en la llanura
más allá del orden con que ascienden las cosas.
Asoma el muro de los ojos perdidos
sobre el prado de la noche en ascuas
y así vuelven la pregunta
y lo que entonces quedara extinto en la espesura.
Cómo las piedras saltan quebradizas
en los caminos temblorosos
que entre sí se agitan y alborotan
aún al borde del mismo verano.
*
En el tejado el nombre
y el oro de los miserables
tan de pronto mío que ahora aúllo
de pudor y de quebranto.
La fiesta sin alcurnia
redobla en cada pecho,
nadie en la sala bailando
sin pies y en contradanza.
De los balcones un estertor
que trastabilla en la plaza,
un doble engaño:
ríe en el sol la última marmita
y a la luna señala
con doble dedo índice en la nada.
*
Hoy el día es claro
y el aguaje escala las ondas
que al sol sostienen
en plena caída.
Nadie dirá esa es mi ansia,
la mano impía
que acogota los deseos;
un azafrán de usura
dilapida la sal y el agua
asfixia
a cuentagotas
tanta esperanza.
Vientre azul de la pereza,
parra tu paz,
salto triple de ola
en otro torbellino de palabras.
*
La fragua de la tarde en el pozo
arcano donde se escupen los deseos,
torrente de epitafios en la última amapola
que se encumbra y palidece.
Un vino en la sombra
y a sotavento el simún se aproxima
entre vítores de gloria y de abulia.
Se ha esfumado la tarde
con el rigor de ese aliento,
pueda que un abismo conduzca a otro,
senda sin paciencia ni respiro
a la vuelta de otra esquina
celebrando así
por tan poco.
*
Las esferas de mar sobre la arena insomne
donde el pensamiento se aquieta.
Es el pez la herida en ciernes
a barlovento de las horas,
la bodega fría donde la sangre se aclara
y apenas respira
en el talud de luz
que ya nada traspasa;
solo un rubor en su escamas,
una pena sin nombre
en el agua tardía.
Guardo el paso a campo traviesa:
es simple el camino
que ahora escarda las nubes.
*
Ni esto ni aquello
hasta el fin del final,
tan solo llamas
y el terso perfil de una hora
tendida sobre la fragua,
bajo el relente de los dolores
primeros, enhiesto el placer
y la copa tuerta del sinsentido.
Un muñón de semen
danza en la arena
al vaivén de los helechos
y esa modorra
de los ojos sin vida
que ya no saben si fuimos
feos y ahora bellos.
*
Apenas no
y el sentido es la luna de hiel
estampada en la orilla de otro miedo
o el mismo gesto
de alientos olvidados
que hoy se elevan
sin pasmo ni perdón.
El ciego de aquí
es el mismo sordo que antes
dirimía las leyes del hastío
y de la ira, cerca
ya la alabarda de la noche
y el celo en paz de la parda mora.
Esas manos, esas manos
serpenteantes en este pecho de plata
turban el ojo antiguo
que en ellas se pierde
cuando calla un violín.
*
Biblos (Líbano)
Doble afecto
para el que ve lo mismo:
escarpada es la planicie del ojo
donde se cuecen todos los deseos.
Ahí te vi sobre una zarza
airada entre los cedros pusilánimes
de la desidia y el error.
El valle de las sombras en vilo
y esos naranjos de tiempo
que solo sabe a sí
son una deuda de palabras,
el oro maronita
que no se entrega
ni nunca más nos salva.
Frente al mar Biblos desciende
por los ralos papiros de la hora tercia
y bate las peñas contra las olas
de un minarete sumergido.
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